Rafael Rumich
 
 

Cuando el pasado 22 de agosto, en el Salón Cultural del Paseo Costanero “Vuelta Fermosa”, quedaba habilitada una nueva edición de la Muestra anual de Folklore, la naturaleza se encargó de otorgar el marco propicio para la realización de dicha celebración: el encanto y la sugestión que suscita la luna llena ascendiendo sobre el serpenteado río, transformándolo en un universo ondulante de infinitas escamas brillantes, e iluminando, en su nocturnal viaje, los techos de los edificios y las copas de los árboles de la señorial y ya centenaria Formosa.

Uno de los fenómenos celestes que mayor vinculación tiene con el folklore mundial es el periodo de la lunación, el de las posiciones sucesivas de la Luna durante la revolución que realiza alrededor de la Tierra. De todas ellas, sin lugar a dudas, la que mayor fascinación y sortilegio nos depara es la etapa del plenilunio .

Si aún hoy, en pleno siglo XXI, con tantos adelantos científicos y tecnológicos que han reducido notablemente nuestra capacidad de asombro, seguimos –a pesar de todo- cediendo ante el hechizo y el embeleso que nos depara la presencia de la luna en el firmamento, pensemos cómo habrá influido en nuestros antepasados, especialmente, en aquellos que conformaron las primeras organizaciones sociales y dieron lugar a los primeros indicios de la cultura.

En la vida de los pueblos antiguos la Luna ha tenido una gran importancia, habiendo servido en muchos de ellos, como los caldeos o los guaraníes, para contar el tiempo, como hacen todavía los mahometanos. Según José Cruz Rolla, la Luna les servía a los guaraníes de calendario. Dividieron el año en dos estaciones: kuarasí-ara (tiempo de Sol) y amá-ara (tiempo de la lluvia).

Dicho autor nos informa que conocían las cuatro fases de la luna: yasí-piahú (luna nueva), yasí-morotíhú (cuarto creciente), yasí-guasú (luna llena) y yasí-yearoká (cuarto menguante). Cada lunación, que era un mes, tenía un nombre. Llamaban a las estrellas yasí-tatá (fuego de la luna); suponían, pues, que la luna transmitía su luz a las estrellas.

Tanto en los nuestros, como en otros pueblos del mundo, la Luna ha originado las más variadas creencias, atribuyéndole influencia sobre el desarrollo de las plantas y hasta sobre las facultades mentales de los hombres –de allí que se llame lunático al que sufre alguna perturbación mental-, incluso, le asignan función mediadora en la transformación de los seres sobrenaturales que admiten la existencia de metamorfosis, como el lobisón o, simplemente, “luisón”, como lo nombran en esta región del continente.

La creencia folclórica que se teje en torno a la luna hace que ella ocupe, como el sol y la tierra, un lugar de privilegio. Ingresa al panteón de los astros mayores por la interpretación de las ideas cosmogónicas, asentadas en un concepto de antropomorfismo. Según el escritor misionero Lucas Braulio Areco, para los griegos, Helios, el Sol, diso patricio, generador del impulso vital, es para los guaraníes, Cuarajhy-yara (patrón o dueño del Sol), creador de seres, fundamento de la especie.

Y así como para la cultura griega clásica, Selene o la Luna es hermana de Hélios, para estos es la Yasy, madre del mundo vegetal, hermana o esposa, indistintamente, de Cuarajhy-yara. Explicada así someramente la cosmogonía guaraní –describe José Cruz Rolla-, deducimos que la fuente de su teogonía puede concretarse en : Ara (cielo, día), Tupá (dios), Tenondeté (el primero), kuarasí (Sol) y Yasí (Luna). Yasí (la luna), a la que llamaban “Yasí,ñandé sí” (madre luna) -aclara Rolla-, creadora de la raza, es morada de Ara-Sí (madre cielo), de quien nuestros antepasados se decían descendientes directos, por ser Ara-sí el vínculo relacionador entre el Avá (el ser humano) y la ley cósmica.

Los elementos componentes de la palabra que la denomina dicen que es la “fruta madre” : Ya, igual a ihá, fruta; Sí, madre: Madre fruta que originó la raza. Así como en la zona del Este de nuestra Formosa multilingüe predomina el guaraní y se conoce a la Luna como Yasí; en la zona del Oeste, donde ingresaron las corrientes colonizadoras provenientes del noroeste argentino, especialmente en aquellos sitios que fueron poblados por familias santiagueñas y todavía conservan voces de origen quíchua, la Luna es Quilla o Mama quilla.

Aquí también apreciamos rasgos de una antigua cosmogonía americana de claro sesgo antropomórfico, que aún sobrevive, aunque más no sea en las esporádicas expresiones lingüísticas del pueblo.





 

Todavía se puede escuchar, en lugares como Pozo del Tigre, Pozo Verde, El Totoral, Algarrobal, Campo Alegre o Las Horquetas, a las abuelas llamar Quillautula a las lunas chicas, ya sean crecientes o menguantes (Quilla, luna ; utula, chica).

Si seguimos
ahondando en nuestro mundo multilingüe nos encontramos con nuevas denominaciones de la Luna. Aquí nos vemos obligados a abandonar momentáneamente la disciplina folklórica para recurrir a la etnografía y bucear en nuestras culturas primigenias. En Toba Luna se dice Kagoyk y en Wichí, Wela. Tanto para tobas como wichís, la Luna está conceptualizada como ente masculino; para estos, es el marido y padre de las estrellas.

Ahora bien,
por qué no hicimos la misma salvedad acerca del abordaje folklórico o etnográfico cuando nos referimos a las deidades guaraníes o a la lengua quichua; por qué no tuvimos en cuenta su condición de componentes de dos de las culturas más importantes de la América precolombina.

Porque esos elementos perdieron su condición de objetos exclusivamente etnográficos cuando se produjo el mestizaje; la cultura autóctona pierde su originalidad y pureza al mezclarse con las provenientes de otras latitudes, derivando, por tal razón, en hechos o fenómenos folklóricos.

Como consecuencia de este acontecimiento – mestizaje, conmixtión o entrecruzamiento- tiene lugar el surgimiento de las dos culturas criollas más importantes de esta extensa y amplia región del continente: la asunceña y la santiagueña. Ambas se han consolidado y, posteriormente, extendido, proyectando su impronta de manera tal que las culturas generadas a partir de ambas matrices cubren todos los ámbitos geográficos de la región mencionada, sin que existan espacios que se hayan librado de su penetración e influencia.

Un territorio en donde tiene lugar esa extensión cultural es el denominado Chaco Central, o sea, la porción del Gran Chaco que pertenece a Formosa. A partir de fines del siglo XIX y principios del XX, por toda la zona Este del territorio formoseño se fue extendiendo la cultura criolla que tuvo origen en Asunción tres siglos antes.

De igual manera, y por aquellos años, en la zona Oeste de dicho territorio se fue afincando la cultura criolla que tuvo su origen trescientos y pico de años antes en Santiago del Estero. La penetración y asentamiento en territorios vírgenes como el formoseño, de culturas densamente cohesionadas y afirmadas en sí, como son las dos culturas criollas mencionadas, sirven para explicar la solidez y la vigencia que han logrado mantener a pesar del tiempo trascurrido y los cambios que, lógicamente, se han producido.

En ambos ámbitos folklóricos, tanto en el Este como en el Oeste formoseño, la presencia de la Luna es innegable. En algunos casos la similitud es lo que caracteriza a hechos o fenómenos de ambas zonas; en otros, no. Por ejemplo, el juicio “ladrar a la Luna” que se usa en el Oeste, reconoce a su similar en la expresión “yagua’í luna” que se utiliza en el Este.

Ambos se refieren al hecho de manifestar necia o vanamente ira o enojo contra personas o cosas a quien no se puede ofender ni causar daño alguno. En el caso figurativo de la Luna y el perro, éste tiene la costumbre de enojarse con ella y emitir su ladrido como manifestación de disgusto; mientras tanto la Luna pasea su esplendor por el cielo ignorando lo que sucede en la Tierra.

En el Este se dice que la Luna está hecha de agua cuando nace con los cuernos hacia abajo o inclinada en ese sentido. Cuando la Luna nace con los cuernos hacia arriba o en esa dirección dice que anuncia “seca”. En el Oeste, las mujeres que amamantan a sus “changuitos” solicitan a la Luna que durante todo el periodo de la lactancia no les falte el vital alimento.

En ambas zonas se afirma que para que crezca rápido el cabello o las uñas se los debe cortar en cuarto creciente. En fin, como expresara Adolfo Colombres: “Seres o hechos imaginarios que, como tales, escapan al rigor de las leyes biológicas y físicas, han poblado siempre las noches del planeta y también la luz, sin que la era del átomo y la cibernética haya podido acabar con ellos, acaso porque el conocimiento científico y las utopías sociales están lejos de calmar todos los miedos ancestrales del hombre y de colmar sus esperanzas”
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-Septiembre de 2005

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