Cuando
el pasado 22 de agosto, en el Salón Cultural del Paseo
Costanero “Vuelta Fermosa”, quedaba habilitada una
nueva edición de la Muestra anual de Folklore, la naturaleza
se encargó de otorgar el marco propicio para la realización
de dicha celebración: el encanto y la sugestión
que suscita la luna llena ascendiendo sobre el serpenteado río,
transformándolo en un universo ondulante de infinitas escamas
brillantes, e iluminando, en su nocturnal viaje, los techos de
los edificios y las copas de los árboles de la señorial
y ya centenaria Formosa.
Uno de los fenómenos celestes que mayor
vinculación tiene con el folklore mundial es el periodo
de la lunación, el de las posiciones sucesivas de la Luna
durante la revolución que realiza alrededor de la Tierra.
De todas ellas, sin lugar a dudas, la que mayor fascinación
y sortilegio nos depara es la etapa del plenilunio .
Si aún hoy, en pleno siglo XXI, con tantos
adelantos científicos y tecnológicos que han reducido
notablemente nuestra capacidad de asombro, seguimos –a pesar
de todo- cediendo ante el hechizo y el embeleso que nos depara
la presencia de la luna en el firmamento, pensemos cómo
habrá influido en nuestros antepasados, especialmente,
en aquellos que conformaron las primeras organizaciones sociales
y dieron lugar a los primeros indicios de la cultura.
En la vida de los pueblos antiguos la Luna ha
tenido una gran importancia, habiendo servido en muchos de ellos,
como los caldeos o los guaraníes, para contar el tiempo,
como hacen todavía los mahometanos. Según José
Cruz Rolla, la Luna les servía a los guaraníes de
calendario. Dividieron el año en dos estaciones: kuarasí-ara
(tiempo de Sol) y amá-ara (tiempo de la lluvia).
Dicho autor nos informa que conocían
las cuatro fases de la luna: yasí-piahú (luna nueva),
yasí-morotíhú (cuarto creciente), yasí-guasú
(luna llena) y yasí-yearoká (cuarto menguante).
Cada lunación, que era un mes, tenía un nombre.
Llamaban a las estrellas yasí-tatá (fuego de la
luna); suponían, pues, que la luna transmitía su
luz a las estrellas.
Tanto en los nuestros, como en otros pueblos
del mundo, la Luna ha originado las más variadas creencias,
atribuyéndole influencia sobre el desarrollo de las plantas
y hasta sobre las facultades mentales de los hombres –de
allí que se llame lunático al que sufre alguna perturbación
mental-, incluso, le asignan función mediadora en la transformación
de los seres sobrenaturales que admiten la existencia de metamorfosis,
como el lobisón o, simplemente, “luisón”,
como lo nombran en esta región del continente.
La creencia folclórica que se teje en
torno a la luna hace que ella ocupe, como el sol y la tierra,
un lugar de privilegio. Ingresa al panteón de los astros
mayores por la interpretación de las ideas cosmogónicas,
asentadas en un concepto de antropomorfismo. Según el escritor
misionero Lucas Braulio Areco, para los griegos, Helios, el Sol,
diso patricio, generador del impulso vital, es para los guaraníes,
Cuarajhy-yara (patrón o dueño del Sol), creador
de seres, fundamento de la especie.
Y así como para la cultura griega clásica,
Selene o la Luna es hermana de Hélios, para estos es la
Yasy, madre del mundo vegetal, hermana o esposa, indistintamente,
de Cuarajhy-yara. Explicada así someramente la cosmogonía
guaraní –describe José Cruz Rolla-, deducimos
que la fuente de su teogonía puede concretarse en : Ara
(cielo, día), Tupá (dios), Tenondeté (el
primero), kuarasí (Sol) y Yasí (Luna). Yasí
(la luna), a la que llamaban “Yasí,ñandé
sí” (madre luna) -aclara Rolla-, creadora de la raza,
es morada de Ara-Sí (madre cielo), de quien nuestros antepasados
se decían descendientes directos, por ser Ara-sí
el vínculo relacionador entre el Avá (el ser humano)
y la ley cósmica.
Los elementos componentes de la palabra que
la denomina dicen que es la “fruta madre” : Ya, igual
a ihá, fruta; Sí, madre: Madre fruta que originó
la raza. Así como en la zona del Este de nuestra Formosa
multilingüe predomina el guaraní y se conoce a la
Luna como Yasí; en la zona del Oeste, donde ingresaron
las corrientes colonizadoras provenientes del noroeste argentino,
especialmente en aquellos sitios que fueron poblados por familias
santiagueñas y todavía conservan voces de origen
quíchua, la Luna es Quilla o Mama quilla.
Aquí también apreciamos rasgos
de una antigua cosmogonía americana de claro sesgo antropomórfico,
que aún sobrevive, aunque más no sea en las esporádicas
expresiones lingüísticas del pueblo.
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Todavía
se puede escuchar, en lugares como Pozo del Tigre, Pozo Verde,
El Totoral, Algarrobal, Campo Alegre o Las Horquetas, a las abuelas
llamar Quillautula a las lunas chicas, ya sean crecientes o menguantes
(Quilla, luna ; utula, chica).
Si seguimos ahondando en nuestro mundo multilingüe
nos encontramos con nuevas denominaciones de la Luna. Aquí
nos vemos obligados a abandonar momentáneamente la disciplina
folklórica para recurrir a la etnografía y bucear
en nuestras culturas primigenias. En Toba Luna se dice Kagoyk
y en Wichí, Wela. Tanto para tobas como wichís,
la Luna está conceptualizada como ente masculino; para
estos, es el marido y padre de las estrellas.
Ahora bien, por qué no hicimos la misma salvedad
acerca del abordaje folklórico o etnográfico cuando
nos referimos a las deidades guaraníes o a la lengua quichua;
por qué no tuvimos en cuenta su condición de componentes
de dos de las culturas más importantes de la América
precolombina.
Porque esos elementos perdieron su condición
de objetos exclusivamente etnográficos cuando se produjo
el mestizaje; la cultura autóctona pierde su originalidad
y pureza al mezclarse con las provenientes de otras latitudes,
derivando, por tal razón, en hechos o fenómenos
folklóricos.
Como
consecuencia de este acontecimiento – mestizaje, conmixtión
o entrecruzamiento- tiene lugar el surgimiento de las dos culturas
criollas más importantes de esta extensa y amplia región
del continente: la asunceña y la santiagueña. Ambas
se han consolidado y, posteriormente, extendido, proyectando su
impronta de manera tal que las culturas generadas a partir de
ambas matrices cubren todos los ámbitos geográficos
de la región mencionada, sin que existan espacios que se
hayan librado de su penetración e influencia.
Un territorio en donde tiene lugar esa extensión
cultural es el denominado Chaco Central, o sea, la porción
del Gran Chaco que pertenece a Formosa. A partir de fines del
siglo XIX y principios del XX, por toda la zona Este del territorio
formoseño se fue extendiendo la cultura criolla que tuvo
origen en Asunción tres siglos antes.
De igual manera, y por aquellos años,
en la zona Oeste de dicho territorio se fue afincando la cultura
criolla que tuvo su origen trescientos y pico de años antes
en Santiago del Estero. La penetración y asentamiento en
territorios vírgenes como el formoseño, de culturas
densamente cohesionadas y afirmadas en sí, como son las
dos culturas criollas mencionadas, sirven para explicar la solidez
y la vigencia que han logrado mantener a pesar del tiempo trascurrido
y los cambios que, lógicamente, se han producido.
En ambos ámbitos folklóricos,
tanto en el Este como en el Oeste formoseño, la presencia
de la Luna es innegable. En algunos casos la similitud es lo que
caracteriza a hechos o fenómenos de ambas zonas; en otros,
no. Por ejemplo, el juicio “ladrar a la Luna” que
se usa en el Oeste, reconoce a su similar en la expresión
“yagua’í luna” que se utiliza en el Este.
Ambos se refieren al hecho de manifestar necia
o vanamente ira o enojo contra personas o cosas a quien no se
puede ofender ni causar daño alguno. En el caso figurativo
de la Luna y el perro, éste tiene la costumbre de enojarse
con ella y emitir su ladrido como manifestación de disgusto;
mientras tanto la Luna pasea su esplendor por el cielo ignorando
lo que sucede en la Tierra.
En el Este se dice que la Luna está hecha
de agua cuando nace con los cuernos hacia abajo o inclinada en
ese sentido. Cuando la Luna nace con los cuernos hacia arriba
o en esa dirección dice que anuncia “seca”.
En el Oeste, las mujeres que amamantan a sus “changuitos”
solicitan a la Luna que durante todo el periodo de la lactancia
no les falte el vital alimento.
En ambas zonas se afirma que para que crezca
rápido el cabello o las uñas se los debe cortar
en cuarto creciente. En fin, como expresara Adolfo Colombres:
“Seres o hechos imaginarios que, como tales, escapan al
rigor de las leyes biológicas y físicas, han poblado
siempre las noches del planeta y también la luz, sin que
la era del átomo y la cibernética haya podido acabar
con ellos, acaso porque el conocimiento científico y las
utopías sociales están lejos de calmar todos los
miedos ancestrales del hombre y de colmar sus esperanzas”.
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