Marta Marrote y Luisa González
 
 

Uno de los destacados de Gran Guardia tenía varios hijos. Se ganaba la vida trabajando la tierra. En los momentos libres recorría los montes, en busca de algún animal para cazar o bien panales de abejas.

El día más caluroso del año. Machete y hacha en mano, un perro flaco y obediente, salió con su hijo a explorar el monte. Luego de un largo recorrido halló lo que esperaba. Para Don Anastasio la miel era afrodisíaca y nutritiva para su familia. Limpió los alrededores del urunday, preparó una gran humareda y se dedicó a trabajar.

Entretenido estaba hachando el árbol, no se percató que Lucho de unos cuatro años de edad, comenzó a caminar sin rumbo fijo detrás de un pajarito multicolor a quien quería dar caza con su gastada gomera. Fue introduciéndose cada vez más en la espesura del bosque.

Anastasio experimentó con orgullo la caída del árbol, gritó con un sapucay regional y varonil. Dijo a su hijo:

- ¡¡Aníque, Lucho!! ¡Salíquena que se cae! Pero Lucho no respondió...

Miró a su alrededor, tragó una gran bocanada de aire y gritó como para que lo oyeran a varios kilómetros:

- ¡Lucho! ¡Lucho! ¿Dónde estás?...¡Mitaí de porquería!!.

Sus pulmones enflaquecieron por el gran esfuerzo realizado y sólo les respondieron el quejido cascabelero de las ramas que se rompían al caer y el eco de su propia voz que como un acicate le bruñía el oído.

Caminó unos metros, gritó más fuerte aún, y nada... Giró alrededor de su reliquia, fue, vino, miró debajo del tronco, no sea cosa que haya quedado atrapado, hablaba solo, trataba de calmarse.

En ese lugar
no había sendero alguno, él sabia donde estaba, conocía cómo llegar a su casa pero... Lucho era tan chico. Dejó todas sus herramientas y luego de esperar un tiempo prudencial se dijo a sí mismo:

- Capá que regresó a la casa, voy a buscarlo.

Al llegar, Amancia, desplegando un rostro de mal presentimiento, gritó:

- ¡Ave María purísima! Y Lucho ¿Donde picó está?

- Eso mismo e` lo que yo digo. Respondió Anastasio, que a esta altura ya sabia que Lucho se perdió.

Floreció una nueva esperanza, tal vez Lucho regresó al lugar de la miel. Allí sólo el silencio lo recibió. Hasta las abejas estaban mustias y acongojadas. Tomó el machete y comenzó su peregrinar sin descanso.

-¡Luchooooo!
¡Luchooooooo! ¡Hijooooo! E-yú che membÿ.

Era un lamento que quebraba el alma. La población en su totalidad salió a rastrillar los bosques, se agrupaban en cuadrillas de 3-4 personas, linternas en mano, otros con lámpara encendidas a kerosene no dejaron espacio sin examinar.

Pasada una semana
los ánimos comenzaban a decaer y la incertidumbre era cada vez mayor. Algunos perdieron las esperanzas. Anastasio repetía y repetía:

-Che memby oicobé. Él conoce el monte, sabe como conseguir comida, salvo que se topó con mmm... mejor ni pienso.

Dió rienda suelta a su soliloquio interminable. Pasaron quince días y de Lucho ni rastro. Algunos colaboradores abandonaron la búsqueda. Anastasio no se daba por vencido. Machete en mano recorrió un bosque, otro, otro y otro. Por la noche se solía ver una luz a lo lejos que cambiaba de posición. La provisión de pilas del pueblo se acabó. Se tuvo que traer de otro lugar.

Vió un grupo de cuervos agruparse, con el corazón bamboleante, ebrio de temor pero con un dejo de tranquilidad en el alma fue hacia el lugar. Una vaca muerta, fue lo único que halló.

Pasó un mes, dos, tres y de Lucho nada se sabía. Nadie podía negar ni asegurar que lo había llevado un duende, que era obra del temido Yasÿ Yateré. Se iniciaron rosarios. Se contrató adivinas, videntes, mas de Lucho nada...

 

Por fin un grupo de cuadrilleros, mientras habían hecho un alto en su trabajo de mantener en forma las vías del ferrocarril, avistaron algo que se movía a la distancia, uno dijo:

- Es un guazuncho.

Otro afirmó: - No, pues corre parejo y no a los saltos como lo hacen esos animalitos.

- ¡Es un chico! gritó otro.

- ¡Es Lucho! ¡Es Lucho! Vociferaban todos y salieron a cazarlo.

La imagen avistada fue tragada por la sombra del monte. Nadie pudo dar con ella. Llegó la noche y los trabajadores debieron regresar al pueblo. Todos hicieron un pacto: “De lo sucedido no debían decir una sola palabra a nadie”.

Al otro día
fueron excitados a la zona esta vez transportados en una “zorra”. Debían mantener el silencio. Sólo hallaron una especie de nido hecho con restos de espartillos y ramas. Era evidente que alguien había dormido protegido en ese lugar, pero de Lucho nada...

Una semana descuidaron sus tareas esos hombres. Ellos sabían que Anastasio en algún lugar del monte estaba gritando:

- ¡Luchoooo! ¡Luchooooo! ¡eyú che membÿ!

Fue un viernes, último día de trabajo en las vías, algo se movió a lo lejos, unos trescientos metros tal vez, todos quedaron petrificados... y comenzó la caza nuevamente. Solo que esta vez se dividieron en grupos de dos. Hicieron una especie de circulo gigante y fueron cerrándolo hasta que vieron de qué se trataba.

Un niño desnutrido, raído, con el pelo quebradizo, ambos pabellones auriculares perforados, coronado de moscas, la mirada esquiva, temeroso, trataba por todos los medios esconderse. Nada lo diferenciaba al húmedo pichón de lechuza que tenía en las manos.

La llegada al pueblo fue todo un acontecimiento, la población se aglomeró en la Estación del tren, allí estaba Lucho para ese entonces “hijo de todos” como si fuese Lázaro que resucitaba de la muerte. Alguien debía avisar a Anastasio, el tema era saber donde estaba...

Ya entrada la noche volvió el voluntario que fue en busca del padre, macilento, sudoroso, solo atinó a decir:

- No lo encontré. Recorrí los tres montes cercanos, en los tres vi una luz que se encendía y se apagaba como la del bichito de luz y oí también en los tres montes un yahe-o que astillaba el alma, con claridad escuchaba como el machete cortaba los caraguatás haciéndose camino y a lo lejos un...“Luchooo e-yú che memby”. Cuando me parecía que llegaba al lugar todo se volvía a repetir en otro lado.

- No, por nada del mundo vuelvo hacia allá, no me animo a regresar. No voy mas en su busca...no señor, yo no voy, no señor, no señor...Repetía con la mirada sumergida en la nada.

 
 
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-Abril de 2005
 
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