Uno de los destacados de Gran Guardia tenía
varios hijos. Se ganaba la vida trabajando la tierra. En los
momentos libres recorría los montes, en busca de algún
animal para cazar o bien panales de abejas.
El día más caluroso del año.
Machete y hacha en mano, un perro flaco y obediente, salió
con su hijo a explorar el monte. Luego de un largo recorrido
halló lo que esperaba. Para Don Anastasio la miel era
afrodisíaca y nutritiva para su familia. Limpió
los alrededores del urunday, preparó una gran humareda
y se dedicó a trabajar.
Entretenido estaba hachando el árbol,
no se percató que Lucho de unos cuatro años de
edad, comenzó a caminar sin rumbo fijo detrás
de un pajarito multicolor a quien quería dar caza con
su gastada gomera. Fue introduciéndose cada vez más
en la espesura del bosque.
Anastasio experimentó con orgullo la
caída del árbol, gritó con un sapucay regional
y varonil. Dijo a su hijo:
- ¡¡Aníque, Lucho!! ¡Salíquena
que se cae! Pero Lucho no respondió...
Miró a su alrededor, tragó una
gran bocanada de aire y gritó como para que lo oyeran
a varios kilómetros:
- ¡Lucho! ¡Lucho! ¿Dónde
estás?...¡Mitaí de porquería!!.
Sus pulmones enflaquecieron por el gran esfuerzo
realizado y sólo les respondieron el quejido cascabelero
de las ramas que se rompían al caer y el eco de su propia
voz que como un acicate le bruñía el oído.
Caminó unos metros, gritó más
fuerte aún, y nada... Giró alrededor de su reliquia,
fue, vino, miró debajo del tronco, no sea cosa que haya
quedado atrapado, hablaba solo, trataba de calmarse.
En ese lugar no había sendero alguno, él
sabia donde estaba, conocía cómo llegar a su casa
pero... Lucho era tan chico. Dejó todas sus herramientas
y luego de esperar un tiempo prudencial se dijo a sí
mismo:
- Capá que regresó a la casa,
voy a buscarlo.
Al llegar, Amancia, desplegando un rostro de
mal presentimiento, gritó:
- ¡Ave María purísima!
Y Lucho ¿Donde picó está?
- Eso mismo e` lo que yo digo. Respondió
Anastasio, que a esta altura ya sabia que Lucho se perdió.
Floreció una nueva esperanza, tal vez
Lucho regresó al lugar de la miel. Allí sólo
el silencio lo recibió. Hasta las abejas estaban mustias
y acongojadas. Tomó el machete y comenzó su peregrinar
sin descanso.
-¡Luchooooo! ¡Luchooooooo! ¡Hijooooo!
E-yú che membÿ.
Era un lamento que quebraba el alma. La población
en su totalidad salió a rastrillar los bosques, se agrupaban
en cuadrillas de 3-4 personas, linternas en mano, otros con
lámpara encendidas a kerosene no dejaron espacio sin
examinar.
Pasada una semana los ánimos comenzaban a decaer
y la incertidumbre era cada vez mayor. Algunos perdieron las
esperanzas. Anastasio repetía y repetía:
-Che memby oicobé. Él conoce
el monte, sabe como conseguir comida, salvo que se topó
con mmm... mejor ni pienso.
Dió rienda suelta a su soliloquio interminable.
Pasaron quince días y de Lucho ni rastro. Algunos colaboradores
abandonaron la búsqueda. Anastasio no se daba por vencido.
Machete en mano recorrió un bosque, otro, otro y otro.
Por la noche se solía ver una luz a lo lejos que cambiaba
de posición. La provisión de pilas del pueblo
se acabó. Se tuvo que traer de otro lugar.
Vió
un grupo de cuervos agruparse, con el corazón
bamboleante, ebrio de temor pero con un dejo de tranquilidad
en el alma fue hacia el lugar. Una vaca muerta, fue lo único
que halló.
Pasó un mes, dos, tres y de Lucho nada
se sabía. Nadie podía negar ni asegurar que lo
había llevado un duende, que era obra del temido Yasÿ
Yateré. Se iniciaron rosarios. Se contrató adivinas,
videntes, mas de Lucho nada...
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Por
fin un grupo de cuadrilleros, mientras habían
hecho un alto en su trabajo de mantener en forma las vías
del ferrocarril, avistaron algo que se movía a la distancia,
uno dijo:
- Es un guazuncho.
Otro afirmó: - No, pues corre parejo
y no a los saltos como lo hacen esos animalitos.
- ¡Es un chico! gritó otro.
- ¡Es Lucho! ¡Es Lucho! Vociferaban
todos y salieron a cazarlo.
La imagen avistada fue tragada por la sombra
del monte. Nadie pudo dar con ella. Llegó la noche y
los trabajadores debieron regresar al pueblo. Todos hicieron
un pacto: “De lo sucedido no debían decir una sola
palabra a nadie”.
Al otro día fueron excitados a la zona esta
vez transportados en una “zorra”. Debían
mantener el silencio. Sólo hallaron una especie de nido
hecho con restos de espartillos y ramas. Era evidente que alguien
había dormido protegido en ese lugar, pero de Lucho nada...
Una semana descuidaron sus tareas esos hombres.
Ellos sabían que Anastasio en algún lugar del
monte estaba gritando:
- ¡Luchoooo! ¡Luchooooo! ¡eyú
che membÿ!
Fue un viernes, último día de
trabajo en las vías, algo se movió a lo lejos,
unos trescientos metros tal vez, todos quedaron petrificados...
y comenzó la caza nuevamente. Solo que esta vez se dividieron
en grupos de dos. Hicieron una especie de circulo gigante y
fueron cerrándolo hasta que vieron de qué se trataba.
Un
niño desnutrido,
raído, con el pelo quebradizo, ambos pabellones auriculares
perforados, coronado de moscas, la mirada esquiva, temeroso,
trataba por todos los medios esconderse. Nada lo diferenciaba
al húmedo pichón de lechuza que tenía en
las manos.
La llegada al pueblo fue todo un acontecimiento,
la población se aglomeró en la Estación
del tren, allí estaba Lucho para ese entonces “hijo
de todos” como si fuese Lázaro que resucitaba de
la muerte. Alguien debía avisar a Anastasio, el tema
era saber donde estaba...
Ya entrada la noche volvió el voluntario
que fue en busca del padre, macilento, sudoroso, solo atinó
a decir:
- No lo encontré. Recorrí los
tres montes cercanos, en los tres vi una luz que se encendía
y se apagaba como la del bichito de luz y oí también
en los tres montes un yahe-o que astillaba el alma, con claridad
escuchaba como el machete cortaba los caraguatás haciéndose
camino y a lo lejos un...“Luchooo e-yú che memby”.
Cuando me parecía que llegaba al lugar todo se volvía
a repetir en otro lado.
- No, por nada del mundo vuelvo hacia allá,
no me animo a regresar. No voy mas en su busca...no señor,
yo no voy, no señor, no señor...Repetía
con la mirada sumergida en la nada.
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