1.
INTRODUCCIÓN
El
presente trabajo, constituye el primero de una serie
de diez, que integran como insumos, nuestra tesis sobre cultura
y política para la Maestría en Ciencias Políticas
de la Facultad de Derecho, Ciencias Sociales y Políticas
de la UNNE.
Nos hemos formulado como objetivo de éste,
probar la existencia de una estrecha relación de influencia
de parte de la Cultura, teóricamente entendida como “horizonte
de sentidos”, caja de Pandora de las más variadas
representaciones simbólicas de los seres humanos y de los
grupos sociales y políticos donde actúan, con el
concepto político de legitimidad y su incidencia en las
ideas de la teoría política, según lo han
visto los pensadores más destacados de nuestra disciplina.
En nuestro análisis, juegan un papel
trascendental los consensos sociales y políticos, que definen
distintas explicaciones de lo que es legítimo o no, para
determinada teoría social o política, o en un lugar
y tiempo determinado. No podremos entonces, soslayar la importancia
radical que tendrá en este recorrido, el lugar de la Religión,
como factor de ligazón cultural y social de las comunidades,
razón por la cual aparecerá tratada en el pensamiento
de los autores que extrajimos.
Pero colocaremos a las creencias e ideas religiosas
bajo el paraguas más general de la Cultura de los pueblos,
que desde luego las comprende, como a la Educación, a las
Artes, y a las más diversas manifestaciones humanas. Para
emprender nuestra labor, hemos decidido emplear técnicas
de investigación propias del método cualitativo,
típico en las ciencias sociales.
Así, extrajimos información de
la bibliografía mencionada al final, basándonos
principalmente en los autores tratados en el Curso de Elementos
de Teoría Política del Profesor Dr. Julio Pinto,
de la Maestría en Ciencias Políticas de la UNNE,
transversalizados por corrientes de opinión en el campo
de las teorías, gestión y políticas culturales;
territorio conocido por nuestra capacitación en dicha área.
Un ejemplo claro de la importancia que tiene
el tema cultural, fundamento de nuestra elección de enfoque,
lo encontramos en una de las notas del Dr. Julio Pinto, en su
trabajo “Democracia y legitimidad. Reflexiones sobre su
interacción sistémica”, cuando menciona la
hipótesis de Irving Kristol (1983), el principal publicista
del neoconservadorismo estadounidense: El Estado de Bienestar
ha usurpado las libertades individuales al concentrar el poder
en manos de gobiernos incompetentes, nuevo modelo de legitimidad
que ha olvidado la “religión civil” que diera
origen al contractualismo anglosajón y al hacerlo ha deslegitimado
sus instituciones. Kristol pretende explicar la crisis de legitimidad
que se ha producido en los EEUU en los 60’ al aparecer la
contracultura universitaria. Contracultura que no impugna sólo
las instituciones políticas sino también las sociales,
al rechazar el sistema de vida americano.
2. CULTURA, CONSENSOS Y LEGITIMIDAD
Coincidiendo,
entre otros, con García Canclini, Alfaro y Constanzo,
tomaremos por “cultura” a un hecho social e histórico
profundamente dinámico y transformador, donde los hombres,
los grupos humanos, las clases sociales elaboran, consumen, intercambian
representaciones de sí mismos y de la colectividad, formas
de pensamiento, hábitos y prácticas de relación
con la naturaleza, la economía y la vida social y política.
La cultura así entendida, expresa los
“sentidos”, significaciones con las cuales nos representamos
a nosotros mismos y al mundo natural y social en el que estamos
insertos. Son representaciones colectivas, anteriores y actuales
que se dan en un momento histórico específico, determinado
por procesos de construcción anteriores, es decir sin perder
de vista el contexto histórico. La forma en que se reproducen
las culturas, estará entonces influida por las relaciones
económicas, sociales y políticas.
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Tomaremos a la cultura como el ámbito
de lo simbólico, es decir de las formas de representación
y los “sentidos” del mundo. Desde este prisma cultural,
pensar en “consenso”, nos acerca al carácter
de “calidad de negociación, imposición, aceptación
o resistencia de los diversos sentidos planteada por los diversos
grupos humanos”, también propio de la Cultura.
Sin olvidar la naturaleza conflictiva entre
pasado y presente en la reproducción de la cultura, y entre
la relación entre la cultura, la economía, la política
y la vida social; no podemos menos que advertir la tremenda importancia
que tienen esos procesos de negociación, imposición,
aceptación o resistencia, para el arribo a los consensos
necesarios, que podrán definir el carácter de legítimo
o ilegítimo para una comunidad contextualizada.
En otra nota de su trabajo “Democracia
y legitimidad”, Julio Pinto subraya en palabras de Sartori
la relación democracia, legitimidad y consenso: “Democracia
es ante todo un principio de legitimidad” y por eso sostiene
que “existe una evidencia abrumadora de que a menos que
una democracia consiga crear duraderamente un consenso básico
consonante, funcionará como una democracia frágil
y con dificultades”...”el consenso procedimental,
y sobre todo el consensus sobre la norma de solución de
los conflictos, y las normas complementarias, son una condición
necesaria, verdaderamente prerrequisito de la democracia”
(Sartori, 1987).
En esta relación de negociación
social (que algunos autores entienden como de dominación,
como veremos más adelante) la apropiación desigual
de bienes simbólicos por los diferentes sectores sociales,
será una consecuencia del carácter dinámico-transformador
de una cultura en tanto producción, circulación,
intercambio y consumo de los mismos.
Desde
el punto de vista de las relaciones de dominación, la cultura
se presenta como un continuo, como un campo ordenado por dichas
relaciones.
Así, podemos encontrar CULTURAS DOMINANTES o “altas”
culturas, entendidas como representaciones sistematizadas y complejas
del mundo, como productos sofisticados del arte y de la ciencia,
que poseen la cualidad (atribuida) de lo “legítimo”;
y CULTURAS SUBALTERNAS u “oprimidas” o “populares”,
conformadas por una apropiación desigual del capital cultural
de una sociedad, y por representaciones propias de los sectores
subalternos.
Para que exista “hegemonía”
(dirección cultural y moral de una sociedad) de la cultura
dominante, ésta debe obtener su validez (legitimidad) del
respaldo social de los sectores populares y la participación
de éstos en la construcción de dicha hegemonía.
Concebido de esta manera, el campo cultural es el terreno de luchas
por la posesión del sentido de la vida.
Para nuestro estudio, llamamos “legítima”
a la cultura dominante. La “legitimidad” designa en
sociología y política a “la justificación
de una dominación” (Weber) por tradición,
carisma, organización racional, prestigio, etc. La aceptación
de las reglas de tal dominación conduce a la obtención
de legitimidad. Son relaciones de poder (imposición de
voluntades de sujetos o grupos sociales a otros sujetos o grupos
sociales, aún en contra de la voluntad de los mismos, o
sea se actúa por la fuerza y más comúnmente
en las culturas actuales por la persuasión, la promesa
y el consenso).
Esta lectura de la cultura, digamos vertical,
articula saberes y poderes en una distribución desigual
del capital cultural. Planteada en cuadros estancos, la cultura
sería de fácil análisis: o es dominante o
es subalterna, o es culta o es masiva, o es popular. Lejos de
ello, la cultura se presenta con un permanente movimiento en un
intercambio asimétrico en condiciones de dominación
y también de sincretismo. Tomamos la visión descripta,
al sólo efecto de “lente” a través del
cual analizaremos los autores políticos, sin por ello adherir
a una mirada estática de un concepto tan rico y flexible.
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