Por
qué todo tiempo pasado fue mejor? ¿Porque
lo fue en realidad?; ¿porque las peripecias fueron de los
otros?, ¿o por que nosotros, si fuimos protagonistas, éramos
más jóvenes? Sin resolver el planteo convengamos
en que el recuerdo de los años juveniles siempre nos reconforta
porque es como volver a vivirlos y nos sentimos mejor.
Hace cincuenta años, me recibí
de bachiller en el ya desaparecido Colegio Nacional de Formosa,
que como todo establecimiento que congrega juventud, tiene su
historia impregnada de triunfos y derrotas individuales y colectivas,
de amores juveniles y desilusiones, de sueños, de esperanzas,
de duras realidades y de experiencias que nos señalan caminos
para siempre; pero por sobre todas las cosas del amor a la vida,
sin importar como ella nos desafíe, y vivirla dentro de
parámetros morales impuestos por la sociedad de cada tiempo,
transmitidos por maestros que lejos de recitarla, la vivían.
El viejo Colegio Nacional de Formosa, aquel de
la Avenida 25 de Mayo Nº 24 y alguna de sus historias en
la cual uno fue protagonista, es el propósito que hoy me
convoca. Como las historias las escriben intereses, no siempre
lo que se transmite es la verdad. En ese sentido lo que narraré
es la verdad liberada de los rencores y apetencias que condimentan
el accionar de los protagonistas de cualquier historia, simplemente
porque la contemplo desde el tiempo, cristal que todo lo aclara
si lo usamos debidamente.
En el año 1954, hace ya cincuenta y un
años, cuando Formosa ostentaba su orgullo de ciudad pequeña
pero ordenada, con pocas calles pavimentadas, solamente las perimetradas
por la San Martín, Ituzaingó (hoy Irigoyen), Deán
Funes y Pringles y una plaza principal desorganizada que llegó
a estar dividida en cuatro y también en su momento, alambrada
totalmente con 8 molinetes que permitían su acceso de a
una persona para evitar el ingreso de ganado vacuno y caballar.
Creo que éramos algo más de veinte mil habitantes,
con la única vía de comunicación segura con
la “civilización” central del país,
por vía marítima, dos veces a la semana, a través
del río Paraguay y su confluencia con el Paraná
en confortables barcos de pasajeros que llegaban hasta Buenos
Aires.
Por vía terrestre, para cruzar el Bermejo
hacia el país, cualquier tipo de vehículo debía
hacerlo por la localidad de El Colorado sobre una pequeña
balsa con cabida para un solo vehículo, o camión
sin acoplado, fuertemente sostenida por cables de acero amarrados
de costa a costa para que la fuerte correntada de ese bravo río
no arrastre la embarcación con su carga. Por supuesto el
embarcadero era natural construido sobre las barrancas del caudaloso
río. Los colectivos de la Godoy nos llevaban y traían
cuando no llovía, hacia y desde Resistencia, en una jornada
de 8 horas.
Todas las mercaderías venían en
barcos de carga dando vida a dos galpones frente al río:
el “B” y el “C”. Las mercaderías
eran bajadas desde las bodegas a la costa mediante guinches que
estaban montados sobre carriles en muelles de madera, dos para
cada galpón, que trabajaban entre 18 y 24 horas diarias
y una buena cantidad de changarines que con el torso desnudo en
el estío y no muy abrigados en invierno, con ajustadas
gruesas fajas negras en su cintura, llevaban los productos directamente
a los galpones. Muy rara vez se veían los muelles libres
de barcos atracados.
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La
Estación del Ferrocarril, que recibía y enviaba
dos veces a la semana al tren de pasajeros “local” hacia
y desde Las Lomitas y una vez semanalmente al “largo”
que llegaba y volvía desde Embarcación (Salta), constituía
de igual manera que los muelles flotantes (eran dos) frente a la
Subprefectura, donde amarraban los barcos de pasajeros procedentes
de Buenos Aires o Asunción del Paraguay, la atracción
para los formoseños que esperaban parientes o amigos o a
nadie, pero si, para enterarse por quienes venían de jugosos
chismes de actualidad contados boca a boca. Esperar en ambas terminales,
la ferroviaria y la portuaria, significaban dos horas de comentarios
después de cada arribo, el tiempo suficiente para informarse,
encontrarse con vecinos y de paso salir de las casas.
El
centro cultural de la ciudad era la Biblioteca Popular
Martín Ruiz Moreno. Ubicada en el edificio que hoy es de
la Legislatura provincial sobre la calle José Mª Uriburu.
Poseía un cómodo salón principal de lectura
con piso de madera lustrada enmachimbrada y amplias ventanas con
un estupendo piano de media cola que de tanto en tanto recibía
afamados concertistas provenientes de importantes centros culturales
nacionales que deleitaban a quienes eran amantes de la música
clásica, por cierto una minoría muy selecta y reducida.
Al entrar al edificio, antes de llegar al salón
de lectura y hacia ambos lados habían dos habitaciones grandes,
una, entrando a la izquierda para la recepción oficial de
visitantes importantes y lugar de reunión de sus autoridades
y la otra a la derecha donde estaban las estanterías organizadas
llenas de libros en la que se entregaban los materiales que se solicitaban.
En ese salón donde hoy es el lugar de las bancas legislativas
por supuesto ya modificado, sesionó la primera convención
constituyente provincial en 1957.
Educativamente,
la ciudad contaba con un Colegio Nacional que disponía de
3 aulas a las que en 1953 se agregaron dos más prefabricadas
de madera, con cabida para unos 30 alumnos como máximo en
dos turnos 1º, 4º y 5º año por la mañana
y 2º y 3º por la tarde, donde egresaban bachilleres nacionales,
un incorporado privado religioso: el Colegio Santa Isabel ubicado
donde actualmente se emplaza pero con menos dependencias, con pensionado
para niñas del interior provincial y se egresaba con el título
de Maestra; la Escuela Industrial (hoy Enet Nº 1) con profesiones
técnicas ya ubicada en su actual asentamiento, la Escuela
Profesional de Mujeres ubicada en el edificio del actual Diario
El Comercial sobre calle Irigoyen y por último la Escuela
Regional República del Paraguay ubicada donde está
actualmente, con mayor superficie de terreno, mixta, que otorgaba
el título de Maestro Normal con orientación y capacitación
rural. Todos correspondientes al ciclo de enseñanza secundaria.
La totalidad de alumnos secundarios en la ciudad era importante
en proporción a sus habitantes.
El Colegio Nacional de Formosa estaba dirigido
por un rector de apellido Moreno Burgos. Excelente profesor de castellano.
Hombre de buena conducta social, respetuoso y respetado hasta que
dejó de respetar. Lamentablemente por voluntad o por circunstancias
vivía solo en una pieza del entonces Palace Hotel sobre calle
España al 151 hoy edificio ocupado por Tribunales que mantiene
su vieja estructura con algunas modificaciones. |