Esta
es mi ciudad.
La que cobija el rumbo de la flecha
y la nostalgia salobre de otros mares.
Mi ciudad
florecida en los chivatos,
con su sol de ocres y amarillos
que despierta chicharras en las siestas,
cuando deambula el espíritu de la pora
por sus calles bostezando soledades
y rezumbando en el aire sangre toba.
Mi ciudad
sin blasón en los portales,
solo el arado habla de una estirpe
que inauguró de la tierra sus entrañas
y con cuatro adobes y una estaca
levantó sueños y esperanzas.
Y así
fue creciendo mi ciudad, sin demora,
Con un manojo de fe en cada puño
convocando la llama inaugural de sus principios,
en el vasto ademán de su paisaje agreste
y en el surco del eco del primer vagido.