Prof. Sergio "Lilo" Dominguez
 
 
Terminaron las vacaciones dando comienzo los preparativos familiares para abordar la etapa escolar, estimulando las emociones y ansiedad de la “mitaizada”. Los que inician el tránsito educativo y los que continúan. Hay que retomar el proceso enseñanza / aprendizaje.

Inmediatamente, viajando el tiempo me ubico en la Escuela n°3, en la calle Mitre, década del 50’. La escuela antigua, mezcla de ladrillos y tablones. El brocal dominando las galerías en el patio delantero. El mástil. Hacia la alambrada de la Mitre el terreno para la “Huerta Escolar”. Al costado, la “canchita” de los recreos y dos generosas moras, haciendo las veces de postes de un arco.

La escuela convocante, de la campana de bronce. La que nos llevó un día a amar la tierra, los símbolos patrios. La que nos hizo sentir el frío de la ausencia “malvinera”. La de los sueños. Del amor inocente, de las “cartitas” que corrían arrugadas de banco a banco, con miradas vergonzosas. La escuelita mía. De ayer, hoy, siempre, llena de sabiduría y amor, que ahora te invito a recordar.

Guardapolvo blanco. Corto, largo, mediano, como sea. Nosotros usábamos unos muy lindos que confeccionaban solidariamente un grupo de damas dirigidas por Madame Coulier en la Ex “Capilla Taller San Luis”.

La solidaridad es un bien espiritual que hay que preservar y promover. A ello, debemos agregarle creatividad, como lo hacían nuestros padres, con absoluta dignidad y responsabilidad. En el bolsillo derecho dos galletas “chicas” para atemperar el apetito en los recreos. Porta-útil de tiras de cueros al hombro o, portafolio (los que podían). Cuaderno único de trabajo. (Cuidadito con arrancarle las hojas), “secante”, “borrador”, lapicero de madera y pluma “cucharita”, quemada en la punta “para que escriba mejor” (decíamos). Lápiz negro, papel de lustre. El “jarrito” de aluminio, -sostenido por el cinturón del guardapolvo-, para el agua o el mate cocido con galletas. Los “dulces” usaban el vasito de carey plegable. Ah, casi me olvido, la Libreta de Ahorro.

Que más? Los que usaban “Champión” blanco o azul con medias zoquetes. Ya en el aula, pupitre de madera con un orificio en el centro para encastrar el tintero involcable con “ponchito”, generalmente de tela de lana.

Hablando de pupitre. “Las manos en el pupitre”, decía la maestra (Hoy sería “la seño”). Era la “inspección de uñas”. La higiene, fundamental. El pelo largo? Ni hablar. Se acostumbraba al corte militar, rebajado al ras con un mechón en la frente. No sólo por una razón higiénica, sino también económica familiar (que el recorte durara más).

El primer día de clase, limpieza general del aula y elementos. Iniciábamos la tarea por el “Banco”, casi como un concurso, quien la raspaba mejor. Papel de lija, no había. Trabajábamos con pedazos de vidrio y a frotar. Pasar la escoba por los cielorrasos, paredes y baldeo general. La maestra, a la par de todos, haciendo y orientando.. Todo tenía que quedar limpio, impecable, para el inicio de clase. La custodia y mantenimiento de la infraestructura, muebles y útiles del establecimiento también formaban parte de los compromisos del alumno.

Al día siguiente, después de la limpieza, la jornada se desdoblaba, más o menos así: A primera hora, “Aritmética”. Segunda, “Lenguaje”; tercera y última “Desenvolvimiento”. También se incluían, deportes, música y labores con las profesoras. Lo que no existía el “Profe” de Educación Física”, habitualmente suplido por el Portero de la Escuela. En nuestro caso, recuerdo con afecto al Portero Don Duarte. Que maestro de la vida!!. Los roles, en un marco de orden y disciplina, se mantenían a rajatabla. La educación partía, inexorablemente, desde la responsabilidad y todos aportaban lo suyo.

     

El docente cumplía múltiples roles. Se daba lugar para todo y para todos, hasta en la Huerta Escolar, cuyo excedente se repartía entre los participantes. Además, lo producido se comercializaba en el mercado local y con lo recaudado adquirir elementos necesarios para la escuela.

El recreo se convertía en institución. Las “mitacuñaices” jugando: “rondas”, “chiquichela”, “la mancha”, “anillo perdido”, “la rayuela”, entre otros. Los “mitaices” en la “canchita”, el picadito que no concluía nunca. A lo lejos, recostado por la alambrada, el “Bollero”, esperando y moviendo, de vez en cuando, el mantel que cubría la dulce mercancía, haciendo que despida la fragancia irresistible. Al rato, el sonido de la campana. Terminó el recreo. “Nadie se mueva”! Advertía la Directora o la “Maestra de Turno”. Segunda campana a los salones. No había guapo que se resista al “puntero”.

La disciplina una cuestión primordial. Existían medidas ejemplificadoras para los remisos. Pararse mirando la pared en una esquina del salón de clases, ante la mirada de todos; o, si la cosa venía brava, a la Dirección. Parado allí hasta la última hora, perdiendo la clase y exponiéndose ante todo el alumnado.. Se decía entonces “fulano se quedó después de clase”.

La cosa era si se enteraba la “Vieja”, seguro que el efecto venía con “premio”. “Orden y disciplina”, expresaba Jaime Barylko, sin esos elementos no hay educación. La educación es trascendencia, progreso. Nuestros padres “la tenían clara”. Recuerdo a Doña Juana Melgarejo, Revendedora del Barrio San Miguel, cuando insistía ante su nieto “ESTUDIÁ MI HIJO, EL QUE ESTUDIA NO TIENE LÍMITES”. ELLA, MEJOR QUE NADIE PODÍA ENTENDER LA IMPORTANCIA DE LA EDUCACIÓN; QUE SI BIEN ES UN DERECHO, TAMBIÉN ES UN COMPROMISO PERSONAL DE RESPONSABILIDAD Y ENTREGA, PARA DEJAR ATRÁS EL ATRASO Y LA INCAPACIDAD.

Caramba? La campana de salida. A formar. Arriar el pabellón Nacional. Hasta mañana alumnos y aquella canción que me quedó en el alma “SOMOS OPERARIOS DE UN MISMO TALLER / DEL TALLER MÁS NOBLE TEMPLO DEL SABER./ CUANTAS ALEGRÍAS PASAMOS EN ÉL. / CUMPLIENDO GOZOSOS CON NUESTRO DEBER / LLEGÓ YA LA HORA PARA DESCANSAR / CON FE Y ALEGRÍA VOLVEMOS AL HOGAR. / ADIOS MI MAESTRA PRONTO VOLVERÉ A CURSAR TUS AULAS TEMPLO DEL SABER”.

Que emoción revivir estos tiempos de mita-í escuelero. La escuela pública, la de los primeros sueños, que aún nos lleva por los caminos de la vida, con un corazón blanco de ternuras y la maestra que nos recibe para recomenzar la aventura del conocimiento. Cuanta razón Doña Juana Melgarejo: “El que estudia, no tiene límites..”



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-Abril de 2005
 
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