Todos
los pueblos tiene rasgos característicos propios,
resultante ellos de su historia, geografía, etnografía,
costumbres, mitos y leyendas. El conjunto de estos rasgos determinan
la identidad cultural que se traduce en las distintas manifestaciones
artísticas, oficios, festividades religiosas y comidas regionales.
Son manifestaciones del espíritu, es en definitiva el alma
del pueblo, afirmada en sus raíces y portadora de su tradición.
El
alma del pueblo formoseño está conformada
por corrientes culturales étnicas e inmigrantes lo que
hace que sus expresiones artísticas sean diferentes, influenciadas
también por los diversos aspectos geográficos que
delinean el espíritu de su gente, ya que al decir de don
Atahualpa “el hombre es un paisaje animado”, es “la
voz de la tierra”.
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De ahí, que en lo referente
a ritmos musicales se puede ir de la copla oesteña a la polca
y el chamamé, del bombo legüero al arpa india.
En
lo que hace a la gastronomía podrá degustarse
el quirquincho asado en el oeste y el “Chupin” isleño
en el este.
El
alma formoseña es todo eso y mucho más. Es
el vinal acechante y el chivato cantarino, el criollo de a caballo
y el pescador curtido, la aloja y el chipá cuerito, el aborigen
silencioso y el inmigrante laborioso.
Alma
formoseña… ardiente como su viento norte…
inquebrantable y encendido como las brasas de la noche de San Juan.
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