Olga Zorrilla
 
 
De contextura pequeña, figura regordeta y rápido andar, dona Panchita hilvanaba sus días yendo y viniendo de changa en changa, como decía ella, para regresar a su ranchito recién al anochecer, tomar un buen mate cocido con torta frita y echarse a dormir hasta el siguiente amanecer, en que el gallo ronco y aburrido de su vecino, la despertaba para reiniciar el ajetreo diario.

-Estoy cansada, dijo con desgano dona Panchita ese día, pues de vez en cuando conversaba con sus pensamientos, única compañía que poseía desde su viudez.

-Tengo todo lo necesario para vivir, mi cocinita a leña, mi sol de noche, mi cama... aunque ya necesito cambiar el colchón porque, de tan finito que está, todas las noches me duele el "espinazo", pero, aparte de eso, ¿qué otra cosa necesito?.Voy a lavar las ropas de doña Amanda y limpiar la casa de don Pedro que tanto me ayudan siempre con comida y algunas ropas, pero el museo dejo de limpiar... me queda lejos, mis alpargatas se agujerean pronto de tanto caminar; claro que sí el museo dejo. Mañana mismo aviso que presento mi renuncia, total, no hace falta decir que estoy vieja para tanto trajín, todos se compadecen de mí al verme caminar cuarenta cuadras todos los días... ¿para qué?

El día de la supuesta renuncia de doña Panchita a uno de sus trabajos, se presentó lluvioso, con una llovizna de otoño fina y fría, como pequeñas agujitas que se desparramaban en el aire sin lastimar.

-Es mi último día, pensó Panchita. Tengo que ir".

Apuró el paso con su viejo y destartalado paraguas, caminó las cuarenta cuadras, sorteó calles barrosas y charcos, y luchó contra el viento que amenazaba darle vueltas el paraguas a cada paso.

-Mis alpargatas, pensaba doña Panchita, encima de agujereadas, mojadas...

Resbaló suavemente en uno de los escalones de la entrada del museo y, refunfuñando, ingresó a aquella casa, lúgubre por lo antigua, pero cargada de historia por su origen.

-Cuánta gente como yo habrá servido en este lugar!, dijo bajito doña Panchita, pero a la larga una se cansa ¡qué embromar!... y con esta llovizna toda limpieza es inútil, pero hay que hacerla igual, resopló.

Desllaveó todas las puertas y encendió las luces, una por una, como todos los días en los últimos veintisiete años de trabajo. En puntualidad nadie la podía superar... mejor dicho, nadie la quería superar. Los demás empleados sabían que doña Panchita abriría el museo contra viento y marea, por eso todos se daban el lujo de llegar más tarde que ella.

-Bueno, con un día así no volará una mosca en este lugar...

Y se puso a limpiar con lentitud, sala por sala, mueble por mueble, ¡Cuánto tiempo siguió los mismos pasos!. Hoy esta rutina se interrumpía, de a ratos, cuando acudía la idea de la renuncia, del último día de trabajo; de un cambio en su vida alguna vez.

-En el altillo hay ratas, dijo en voz afta, sin querer. Tal vez arruinen alguna cosa vieja de las que están guardadas ahí... Sí, ya sé que son antigüedades de gran valor, volvió a pensar y dio un estornudo que hizo silenciar los ruiditos de arriba.

El plumero iba y venía bailoteando sobre los muebles, cuando se volvieron a oír crujidos en lo alto.

-¿Será posible?, tengo que subir a poner trampas, nomás.Sabía que en el depósito encontraría alguna, y así file.

 

Atajándose la cintura, se paró a los pies de la escalera, y, mirando los quince escalones con desconfianza, pensó: -¡Linda despedida!.

Comenzó a subir con esfuerzo, pues cada escalón, por lo empinado de la escalera, era todo un desafío que debía sortear. Trece escalones fueron demasiados, y, allí se detuvo respirando con agitación.

-Permítame, Misia Panchita. dijo una voz grave y amable a la vez; tome mi mano y ascienda, por favor.

Una mano grande y fuerte tomó la suya y la ayudó a subir los últimos escalones que le quedaban para llegar al altillo. A doña Panchita se le nubló la vista del susto, y, con los ojos dilatados por el estupor, exclamó al ver al dueño de la mano viril: -¡General!.

-Póngase cómoda Misia Panchita, Usted está cansada, la casa es grande para que la limpie una sola persona. Siéntese, siéntese, yo seguiré estudiando en mi escritorio, hiedo Ud. continúe con lo suyo, a mí no me molesta.

Y, con una sonrisa bonachona continuo enfrascado en la lectura de algún importante documento.

Doña Panchita no lo podía creer estaba frente a alguien que ella conocía por antiguos retratos que limpiaba todos los días... esa barba, ese uniforme militar, esa presencia... Sí, era el General... El altillo estaba impecable, los libros prolijamente ordenados en la biblioteca, una lámpara antigua iluminaba un rincón y daba un toque oro a todo el cálido ambiente.

-Acá no puede haber ratones, pensó Panchita, cada vez más asombrada,

-¿Se encuentra mejor, Misia Panchita?, interrogó el General mirando sobre sus pequeños anteojos de lectura, pero Panchita sin salir del estado de estupefacción, sólo atinaba a exclamar: -¡General!.

El General volvió a sonreír, se levantó de la silla y, con pasos largos y ágiles, se dirigió hacia el gramófono que dejó escapar una bonita y desconocida melodía.

-Puede venir cuando quiera, me agrada recibir gente sencilla como usted, generalmente no atiendo a nadie aquí, aunque a veces haga algunas excepciones, como hoy. Tengo tantos asuntos por resolver que no me alcanzan las horas del día, por eso es necesario detenerme a conversar con alguien que, como usted, vive de manera humilde, de lo simple y cotidiano, apreciando las pequeñas cosas de la vida. Es usted muy necesaria en este lugar, Misia Panchita.

- ¡General!, exclamó dona Panchita.

- ¿Regresará, usted?, preguntó el General.

-¡Por supuesto, General!, pero ahora debo retirarme a continuar con mis tareas... ¿Cuando baja usted?...

-¡Mmmm, muy tarde, creo que esto me llevará mucho tiempo más!, dijo él mostrando una pila de papeles.

Se despidieron cordialmente, el General, tranquilamente se dirigió a su escritorio, y dona Panchita bajó sin recordar el dolor en la cintura, ni la altura de la escalera. Sentía una mezcla de sorpresa, alegría y desconcierto, que se dirigió al primer sillón que encontró para tomar aliento. Lentamente se fue tranquilizando, hasta quedar profundamente dormida. Así la encontraron sus compañeros de trabajo cuando llegaron...

-Panchita, Panchita... ¿esta es manera de trabajar?, le dijeron; y Panchita, de un salto estuvo de pié, exclamando:-¡General!.

Y la carcajada sí fue general.

 
 
12
-Abril de 2005
 
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