De
contextura pequeña, figura regordeta y rápido
andar, dona Panchita hilvanaba sus días yendo y viniendo
de changa en changa, como decía ella, para regresar a su
ranchito recién al anochecer, tomar un buen mate cocido con
torta frita y echarse a dormir hasta el siguiente amanecer, en que
el gallo ronco y aburrido de su vecino, la despertaba para reiniciar
el ajetreo diario.
-Estoy
cansada, dijo con desgano dona Panchita ese día,
pues de vez en cuando conversaba con sus pensamientos, única
compañía que poseía desde su viudez.
-Tengo
todo lo necesario para vivir, mi cocinita a leña,
mi sol de noche, mi cama... aunque ya necesito cambiar el colchón
porque, de tan finito que está, todas las noches me duele
el "espinazo", pero, aparte de eso, ¿qué
otra cosa necesito?.Voy
a lavar las ropas de doña Amanda y limpiar la casa de don
Pedro que tanto me ayudan siempre con comida y algunas ropas,
pero el museo dejo de limpiar... me queda lejos, mis alpargatas
se agujerean pronto de tanto caminar; claro que sí el museo
dejo. Mañana mismo aviso que presento mi renuncia, total,
no hace falta decir que estoy vieja para tanto trajín,
todos se compadecen de mí al verme caminar cuarenta cuadras
todos los días... ¿para qué?
El
día de la supuesta renuncia de doña Panchita
a uno de sus trabajos, se presentó lluvioso, con una llovizna
de otoño fina y fría, como pequeñas agujitas
que se desparramaban en el aire sin lastimar.
-Es
mi último día, pensó
Panchita. Tengo que ir".
Apuró
el paso con su viejo y destartalado paraguas, caminó
las cuarenta cuadras, sorteó calles barrosas y charcos,
y luchó contra el viento que amenazaba darle vueltas el
paraguas a cada paso.
-Mis
alpargatas, pensaba doña Panchita, encima de agujereadas,
mojadas...
Resbaló
suavemente en uno de los escalones de la entrada del
museo y, refunfuñando, ingresó a aquella casa, lúgubre
por lo antigua, pero cargada de historia por su origen.
-Cuánta
gente como yo habrá servido en este lugar!, dijo
bajito doña Panchita, pero a la larga una se cansa ¡qué
embromar!... y con esta llovizna toda limpieza es inútil,
pero hay que hacerla igual, resopló.
Desllaveó
todas las puertas y encendió las luces, una por
una, como todos los días en los últimos veintisiete
años de trabajo. En puntualidad nadie la podía superar...
mejor dicho, nadie la quería superar. Los demás
empleados sabían que doña Panchita abriría
el museo contra viento y marea, por eso todos se daban el lujo
de llegar más tarde que ella.
-Bueno,
con un día así no volará una mosca en este
lugar...
Y
se puso a limpiar con lentitud, sala por sala, mueble
por mueble, ¡Cuánto tiempo siguió los mismos
pasos!. Hoy esta rutina se interrumpía, de a ratos, cuando
acudía la idea de la renuncia, del último día
de trabajo; de un cambio en su vida alguna vez.
-En
el altillo hay ratas, dijo en voz afta, sin querer. Tal
vez arruinen alguna cosa vieja de las que están guardadas
ahí... Sí, ya sé que son antigüedades
de gran valor, volvió a pensar y dio un estornudo que hizo
silenciar los ruiditos de arriba.
El
plumero iba y venía bailoteando sobre los muebles,
cuando se volvieron a oír crujidos en lo alto.
-¿Será
posible?, tengo que subir a poner trampas, nomás.Sabía
que en el depósito encontraría alguna, y así
file.
|
|
Atajándose
la cintura, se paró a los pies de la escalera,
y, mirando los quince escalones con desconfianza, pensó:
-¡Linda despedida!.
Comenzó
a subir con esfuerzo, pues cada escalón, por lo
empinado de la escalera, era todo un desafío que debía
sortear. Trece escalones fueron demasiados, y, allí se
detuvo respirando con agitación.
-Permítame,
Misia Panchita. dijo una voz grave y amable a la vez; tome mi
mano y ascienda, por favor.
Una
mano grande y fuerte tomó la suya y la ayudó
a subir los últimos escalones que le quedaban para llegar
al altillo. A doña Panchita se le nubló la vista
del susto, y, con los ojos dilatados por el estupor, exclamó
al ver al dueño de la mano viril: -¡General!.
-Póngase
cómoda Misia Panchita, Usted está cansada,
la casa es grande para que la limpie una sola persona. Siéntese,
siéntese, yo seguiré estudiando en mi escritorio,
hiedo Ud. continúe con lo suyo, a mí no me molesta.
Y,
con una sonrisa bonachona continuo enfrascado en la lectura
de algún importante documento.
Doña
Panchita no lo podía creer estaba frente a alguien
que ella conocía por antiguos retratos que limpiaba todos
los días... esa barba, ese uniforme militar, esa presencia...
Sí, era el General... El altillo estaba impecable, los libros
prolijamente ordenados en la biblioteca, una lámpara antigua
iluminaba un rincón y daba un toque oro a todo el cálido
ambiente.
-Acá
no puede haber ratones, pensó Panchita, cada vez
más asombrada,
-¿Se
encuentra mejor, Misia Panchita?, interrogó el General
mirando sobre sus pequeños anteojos de lectura, pero Panchita
sin salir del estado de estupefacción, sólo atinaba
a exclamar: -¡General!.
El
General volvió a sonreír, se levantó
de la silla y, con pasos largos y ágiles, se dirigió
hacia el gramófono que dejó escapar una bonita y desconocida
melodía.
-Puede
venir cuando quiera, me agrada recibir gente sencilla como
usted, generalmente no atiendo a nadie aquí, aunque a veces
haga algunas excepciones, como hoy. Tengo tantos asuntos por resolver
que no me alcanzan las horas del día, por eso es necesario
detenerme a conversar con alguien que, como usted, vive de manera
humilde, de lo simple y cotidiano, apreciando las pequeñas
cosas de la vida. Es usted muy necesaria en este lugar, Misia Panchita.
-
¡General!, exclamó dona Panchita.
-
¿Regresará, usted?, preguntó el General.
-¡Por
supuesto, General!, pero ahora debo retirarme a continuar
con mis tareas... ¿Cuando baja usted?...
-¡Mmmm,
muy tarde, creo que esto me llevará mucho tiempo más!,
dijo él mostrando una pila de papeles.
Se
despidieron cordialmente, el General, tranquilamente se
dirigió a su escritorio, y dona Panchita bajó sin
recordar el dolor en la cintura, ni la altura de la escalera. Sentía
una mezcla de sorpresa, alegría y desconcierto, que se dirigió
al primer sillón que encontró para tomar aliento.
Lentamente se fue tranquilizando, hasta quedar profundamente dormida.
Así la encontraron sus compañeros de trabajo cuando
llegaron...
-Panchita,
Panchita... ¿esta es manera de trabajar?, le dijeron; y Panchita,
de un salto estuvo de pié, exclamando:-¡General!.
Y
la carcajada sí fue general. |