Omar Gane

Riacho He – Hé, Naick Neck, en la actualidad pueblos florecientes, con rutas pavimentadas que los acercan a distintas ciudades: Clorinda, Formosa, Asunción; con caminos que se abren en todas las direcciones uniendo pueblos; colectivos que van y vienen transportando pasajeros; camiones repletos de cargas con productos regionales que los acercan a los mercados en pocas horas. Toda esta actividad es diaria. ¿Cómo era ayer?

Recordemos ese ayer en las palabras de don Abraham E. Bonás “En el año 1936 fui designado maestro en la escuela de Naick Neck. Tenía 25 años. Había dejado la casa paterna en Esquina (Corrientes) y vine lleno de ilusiones a iniciarme en el sublime apostolado del magisterio. Para llegar a la escuela, desde Clorinda, debíamos cruzar el Estero Sastrov en un carro tirado por tres yuntas de bueyes, nos demandaba dos días con sus noches cruzar ese inmerso bañado, oyendo el croar incesante de las ranas, el lejano grito del chajá y la molesta compañía de los mosquitos que no nos daban tregua.

Llegamos a Naick Neck. Varios ranchos de adobe y paja diseminados en el bosquejo de un pueblo que nacía insipiente. Caras curtidas por el sol y el trabajo, pero con un corazón generoso y con la mano franca extendida en signo de amistad, esa amistad noble y desinteresada que nace y se mantiene en esas soledades, fortalecidas por el duro bregar diario.

La escuela era también un enorme rancho con techo de palmas. Su Director, Don Erasmo Ramírez, era la figura señera del pueblo. Había otros colegas, Noemí Bordigones, un porteño llamado Toscazo; un salteño, De La Casa; un correntino Erasmo Bravo y un puntano Murcia.

 

La patria representada en un puñado de maestros que iban a sembrar en los montes el abecedario, siembra fecunda en las mentes y en las almas que se nutrieron con la voz y con la savia de esos abnegados maestros. Los varones nos alojábamos en la casa, que también era el boliche de don Ricardo González, y las mujeres en la casa de la madre del Director de la Escuela.

Los mosquitos nos enloquecían. Para poder reunirnos y conversar un rato debíamos hacer una gran humareda con estiércol vacuno seco.

Pasaban los días y los meses. El tañido de la campana alegraba con sus sones y nos llamaba a cumplir con el deber sagrado y reconfortante, a medida que cosechábamos los frutos: los del trabajos y el saber”

Recordando a este docente, rendimos el merecido homenaje a todos los maestros que con su dedicación y amor han cimentado la formación de hombres y mujeres tesoneros y laboriosos que contribuyeron al desarrollo y engrandecimiento de nuestra Provincia.

 
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-Abril de 2005
 
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