Prof. Maximiliano González
 

Una de las características principales de la Postmodernidad es el profundo quiebre sufrido por la razón. Pese a ello, el Conocimiento científico se nos presenta como determinando de un modo indiscutible la cosmovisión del tan mentado Mundo Global de hoy, imponiéndose de manera excluyente frente a los otros saberes como una infraestructura cultural exclusiva desde y sobre la cual se articula la praxis educativa, política, jurídica, económica y hasta religiosa de todas las sociedades “civilizadas” del planeta.

En este contexto mundial, en el cual existe una verdadera imposición globalizada de un nuevo orden occidental y frente a la cual se produce la reacción de otras ecumenes culturales, los formoseños vivimos un tiempo muy especial: el de renovar efectivamente la tarea colectiva más trascendental, la de “sabernos”, es decir, actualizar una intencionalidad reflexiva que provoque a nivel cognitivo una manifestación explicitante y desocultante de nuestra vital sustancia subjetiva comunitaria.

Además, aquel contexto externo peculiar hace que la indagación de este saber reflexivo esté efectivamente estructurado desde el rigor del conocimiento científico, según diversas disciplinas.

Hay que tener en cuenta que, en este caso, el objeto de estudio de las ciencias es también en sí un sujeto. Como tal, nuestro Pueblo Formoseño siempre “se supo”, “se sabe” y “se sabrá” como justamente eso: “Pueblo Formoseño”. Esta afirmación, aparentemente tan redundante, constituye sin embargo todo un dilema para aquellos que pretendemos abordar “lo formoseño” desde una perspectiva científica:

1) O la consideramos falsa, sosteniendo que, por el hecho de no poseer estructuras culturales similares a la de otras sociedades más “avanzadas” nuestra sociedad formoseña carece de conciencia de su propia identidad.

2) O la asumimos con convicción, como una verdad profunda y raigal, por intuir el hecho fundamental de que nuestro pueblo vive comprendiéndose de modo inmediato en su sabiduría cotidiana.

De las dos posibilidades, creemos que la primera constituye una vulgar falta de atinencia cuyos fundamentos serán refutados en el desarrollo del presente artículo. Nos quedaremos entonces con la segunda. Incluso ésta parecería que fuera más propicia para embarcarnos sin obstáculos en una especie de romántica expansión discursiva sobre esa “sabiduría” de nuestro pueblo, exponiendo apasionada y positivamente su naturaleza mediante el riguroso arsenal científico del que nos provee la Filosofía, la Antropología, la Historiografía, la Psicología Social, la Sociología, la Ciencia Política, el Derecho, la Economía, la Pedagogía, etc…

Pero si en algún momento los intelectuales caemos en la ingenuidad de adoptar esta actitud, la experiencia concreta se encargará de que recibamos una dura lección cuya previsión nos deja casi inermes: a nuestro pueblo no le hace falta profesionales que le expliquen cuál es la “Identidad de su Ser”… La misma inmediatez de su saber –de ese vital “Arandú casero” (como se dice en buen jopara), callado y cotidiano- provoca que cualquier discursividad científica y/o académica que verse directa o indirectamente sobre él sea valorada por la interior subjetividad popular formoseña como “Ñe’e reí”, aun cuando, por respeto, dicho desdén no nos sea manifestado explícitamente.

Cabe aclarar que por dicha discursividad entendemos no sólo una modalidad comunicativa –lenguaje técnico de las ciencias-, sino más bien el contenido mismo comunicado en unidad con su forma de comunicación, constituyendo así el todo del discurso científico.

Entonces de nuevo nos quedará decir que el “Pueblo Formoseño” desdeña las ciencias porque escapan a su comprensión. ¿Pero acaso no habríamos empleado las ciencias para explicitar la “sabiduría” de Nuestro Pueblo por la cual el ya “se sabe”? La conclusión de esta falta de correspondencia será: o el Sujeto Popular Formoseño no es “sabio” como lo suponemos (volveríamos en círculo vicioso a la posición 1) o todo el pretendido conocimiento científico sobre nuestra sociedad será un discurso vacío… Todo esto constituye una verdadera situación límite para los que desde las ciencias indagamos lo formoseño… La honestidad intelectual nos obliga a confesarlo públicamente. Pero entonces… ¿Qué haremos?...

Es aquí donde una metodología filosófico-crítica se hace indispensable, no para establecer alambicadas condiciones de posibilidad que acaban autolimitando aún más el campo de conocimiento, sino por el contrario, expandir el horizonte de las ciencias haciendo que su condición sea un todo de posibilidades que se le abren desde lo real efectivo.

 

Pero ello no podrá hacerse sin la previa deconstrucción de las estructuras epistémicas que operan con una oclusividad que se cierra sobre sí misma ocultando y eliminando aquellas posibilidades. Pero, ¿Cuáles son dichas estructuras?... Son las Ciencias mismas tal como se dan de hecho, es decir, con su forma y contenido determinados desde una paradigmaticidad establecida desde un contexto muy diferente al nuestro.

En este punto estamos tentados a pensar en contextos sociales concretos y, apelando a la “Sociología del Saber”, a fundar nuestra crítica señalando la relatividad que posee un paradigma científico que, válido en Europa o EE UU no se corresponde con nuestra sociedad. Pero así basaríamos nuestra deconstrucción crítica solamente sobre los endebles postulados de una teoría de “liberación” por medio de una diferenciación meramente empírica y particular.

Esta sería una crítica que no llega al fondo de la cosa misma y cuya debilidad se manifiesta en la contradicción de usar una ciencia (la “sociología”) surgida en las sociedades hegemónicas para liberarnos del mismo influjo cultural hegemónico o globalizante.

La inconmensurabilidad existente entre el contexto nuestro y el contexto originario de los paradigmas y contenidos actuales de las ciencias no se fundamenta en los epifenómenos que pueden manifestarse en una “Sociología del Saber”, sino en las profundidades de una “Ontología de la cultura” o, mejor dicho, de “los mundos culturales”, no sólo etno-antropológica sino ontológicamente diversos.

Resumiendo, el conjunto de recursos epistémicos que estamos empleando para el conocimiento de lo formoseño no están alcanzando a llegar a la médula vital de la sustancia real de nuestro sujeto colectivo y esto no es sólo porque su paradigmaticidad se estructura según pautas de sociedades diferentes a la nuestra, sino por una razón ontológica más radical: las ciencias mismas tal como las estamos desarrollando constituyen uno de los fenómenos efectivos (Wirkliches) de la dialéctica del puro ser extático que –siendo un movimiento vertiginoso que afecta toda la realidad y en el que todas las cosas se manifiestan como finitas y conteniendo su propia negación y, finalmente, donde lo propio de todas ellas es anularse a sí mismas- de hecho informa históricamente al mundo cultural de occidente.

Esta dialéctica es una vorágine espiritual y material que no tiene nada que ver con nosotros y es extraña a nuestro modo de existir, pues lo vigente en nosotros es una conjugación a-causal, dinámica y sincrónica entre las maneras en que se da un estar-acá que se nos manifiesta como insurgiendo en una facticidad inmediata donde nuestra sustancia subjetiva se halla -se autoposee tranquila y para-conscientemente- como en la totalidad real de la verdad de su existencia.

Creemos que esto último expresa la vivencia latinoamericana en general y formoseña en particular, un vivir comunitario que no necesita desarrollarse diacrónicamente en o hacia una autoconciencia dialéctica de mediación histórica entre una substancia que –eternamente contradictoria- debe alcanzar una certeza subjetiva que no termina nunca de poseer.

Es en medio de este contenido para-conciente real y ya dado donde se debe provocar, entonces, la insurgencia de un horizonte trascendental de sentido auténticamente nuestro desde el cual se elemente un nuevo paradigma que permita a nuestros conocimientos epistémicos expandir sus posibilidades hacia y hasta alcanzar la sustancia real y viva de lo formoseño, la autenticidad connatural al humilde “Arandú ka’aty”.

Obviamente, la importancia de la Epistemología Filosófica es crucial, pues dicho horizonte de sentido podrá quedar en libertad sólo si antes se opera un “cambio paradigmático” en ella, que es desde donde luego se orientará todo el proceso mediante un diálogo interdisciplinario a fondo que comprometa a cada ciencia en una reflexión catártica de sus mismos fundamentos, lo que seguramente provocará una expansión innovadora a nivel metodológico y, sobre todo, lingüístico, ya que redundará en una profunda re-semantización terminológica.

En esto, creemos, puede estar la invaluable contribución de las Ciencias humanas al “Proyecto de Provincia en marcha”.







   
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-Octubre de 2005

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