Justo L. Urbieta 
 

Hace casi una década se comenzó a enfatizar acerca de las particularidades de la identidad cultural. El formoseño no fue atrevido al principio para mostrarse tal cual es.

Más aún cuando ante el intento por asomarse a la realidad colectiva, surgieron voces que lo contuvieron en el ímpetu por recrear sus cosas propias ya que algunos vieron en esa actitud simple y orgullosa un trasfondo político inconveniente para sus discursos y otros entendían que se estaba mellando el espíritu comunitario que debe animar a los componentes de una sociedad.

Costó bastante que se comprendiese el verdadero sentido de la prédica. Había llegado la reparación histórica pero también estaba presente la llaga secular causada por un olvido injustificado del gobierno central que acrecentó esa suerte de alzamiento cultural, pacífico claro está.

Tuve ocasión de charlar con José María Paolantonio, a quien lo encontré entremezclado entre los jóvenes que lo escuchaban hablar sobre el profundo significado del hecho cultural. Estaba sentado en una silla del viejo galpón del ferrocarril convertido ahora en un moderno predio ferial en la costanera.

Paolantonio estaba en un sitio cargado de historia porque por allí anduvieron ferroviarios, changarines, pasajeros del tren, del hidroavión, de los buques y de los lanchones, los paraguayos que traían las frutas desde las zonas isleñas y ribereñas y los criollos vestidos con anchas bombachas y botas, así como con sombreros de ala ancha, llegados desde el oeste gracias al ramal C 25.

Me recordó que después de la segunda Guerra Mundial, los países europeos se quitaron el polvo, las heridas y los dolores de encima abriendo teatros. La cultura, como siempre, arrancaba en el proceso de reconstrucción porque es la base de cada uno de los actos humanos, la prioridad.

Toda esa rica historia nuestra de alguna manera se recreó en la plaza San Martín y en el anfiteatro de la Juventud cuando a través del arte se transmitió a las multitudes reunidas en uno y otro sitio, una síntesis de nuestra identidad.

Y a modo de simbología de esa afirmación del federalismo interno y del proceso de integración-conceptos involucrados en ese mensaje identificatorio transmitido por los formoseños-en el gran desfile realizado en la plaza principal y que fue inaugurado por el Logo del Cincuentenario seguido de los 37 escudos de los distintos municipios formoseños.

Decenas de carrozas pusieron en evidencia el buen gusto y la creatividad así como también la belleza de las jóvenes que se presentaron como reinas de sus respectivas comunidades.

LAS CARROZAS

Las carrozas del extremo oeste mostraron la vegetación xerófila, las artesanías de los aborígenes wichí y los réditos de la producción apícola convertida en una verdadera fuente de ingresos ya que en Ramón lista se están logrando cerca de 100.000 kilogramos por tonelada, mientras se trabaja para que el año venidero se dupliquen esas cifras. También mostraron torres que simbolizaban la existencia de los equipos de exploración y extracción de hidrocarburos en la cuenca de Palmar Largo.

 

También se expuso acerca de los beneficios del agua en el centro oeste y de la incorporación de tecnologías, así como los resultados de la diversificación a tal punto que uno de los vehículos transportó caprinos de raza que son utilizados en un plan de mejoramiento de la calidad de la carne de este tipo de animales cruzados con los rodeos criollos.

La religiosidad,
otra particularidad del formoseño, y el compartir quedaron expresados también esa noche del 27 de junio. Fue el caso de las delegaciones de Pozo del Tigre-cuyos integrantes pusieron en escena una procesión de fieles con la imagen de la Virgen de los Milagros e interpretaron canciones y bailes típicos de esa zona- y de Herradura.

El observar que una mujer amasaba y elaboraba los panes de almidón de mandioca y queso criollo para después introducirlos para su cocción en un típico tatacuá de barro despertó el interés de los más jóvenes y la nostalgia de los adultos y abuelos. Hubo, además, una replica en menor escala de la Cruz del Norte.
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CRISOL DE RAZAS


Una de las carrozas más atractivas fue la de El Colorado, sobre todo porque con la utilización de banderas y vestidos reflejó el verdadero crisol de razas que caracteriza a esa comunidad al igual que a la de Villa Dos Trece. Una gringa, octogenaria y sólida físicamente, bailaba e invitaba a no decaer y a pechar.

Capullos de algodón, hortalizas y vacunos fueron recreados al igual que el puente Libertad que une El Colorado con San Martín, Chaco. Este símbolo de la integración también fue utilizado por Clorinda, con la reproducción del antiguo puente metálico del tipo Bailey que vincula sobre el río Pilcomayo las comunidades de Clorinda y de Puerto Falcón, Paraguay.

Algo parecido pudo apreciarse en la carroza de Lucio V. Mansilla en la recordación de su cercanía con Puerto Velaz, Chaco, allende el Bermejo, en la que también se recreó una maquina cosechadora de arroz, cultivo característico de esa franja del territorio. En el caso de Gran Guardia, mostróse un ejemplar de ganado cebú y al mismo tiempo un mangrullo, utilizado antiguamente por los militares allí asentados para vigilar el asedio de los malones.

LOS TRANSPORTES

Sin dudas que uno de los momentos más emotivos se vivió cuando pasaron vehículos sobre los cuales fueron recreados medios de transporte de la época de la provincialización. Es el caso de un hidroavión de Aerolíneas Argentinas con fotografías de don Florentino Gorleri su representante en esta ciudad y también del buque de pasajeros “Ciudad de Formosa” que hacía la travesía Asunción del Paraguay-Formosa-Corrientes-Entre Ríos-Santa Fe y Buenos Aires.

Pero asombró también la locomotora recreada por la comunidad de Laguna Blanca, en una doble simbología referida a la necesidad de reactivar el ramal C 25. Hacía mucho tiempo que no se reunía tanta gente. Además, se la vio aplaudir complacida, feliz. Es que, seguramente, se vio reflejada en algo de lo que vio pasar o la embargó la nostalgia por un tiempo que se fue, llevándose también seres queridos, esos que integran el caudal de sentimientos íntimos del formoseño que también se muestra cuando llora, sin vergüenza.

 
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-Octubre de 2005
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