La
globalización es un proceso de alcance mundial
que abarca todos los aspectos de la vida del hombre, cuyos principales
motores son el comercio exterior y las finanzas, y las características
con que se presenta se deben a la ciencia y a la tecnología
puestas a su servicio.
Geográficamente significa la totalidad
del territorio. No hay lugar que no caiga, para bien o para mal,
bajo su influjo. Las fuerzas de este proceso impactan tanto en
los individuos como en los grupos, en las instituciones como en
las naciones enteras modificando sus estilos de vidas; ya que
lo político, lo económico, lo ecológico,
lo social, lo educativo, lo cultural, lo religiosos, lo filosófico
y hasta lo cotidiano son afectados por ellas.
Si bien se ha denominado globalización
al proceso iniciado después de la segunda guerra mundial,
podemos rastrear su origen en el siglo XV, con la expansión
europea. Portugal avanzó sobre África, India y lo
que hoy es Brasil; España descubrió y conquistó
América; Rusia se extendió sobre la Eurasia continental
y el noroeste de América.
Esta expansión, posible gracias a la revolución
en la tecnología de navegación y militar, produjo
una gran conmoción económica y hondas repercusiones
en las organizaciones sociales de la época. El impulsor
de estas hazañas fue el comercio; ya que los turcos al
recargar excesivamente los precios de la seda, oro, plata, porcelana
y especias, obligó a Europa a hallar nuevas rutas comerciales
para eliminar la costosa intermediación.
Pero lo que ocurrió en el periodo de la
segunda posguerra, tiene sus propias características. Y
esta vez la victima fue Europa, ya que EEUU se convirtió
en el prestamista que los europeos necesitaban para reparar la
devastación después de la contienda (Plan Marshall).
Pero el gigante del norte mas que en ayudar a quienes fueron sus
aliados, estaba interesado en el mercado europeo, por lo cual
creó los organismos internacionales dedicados exclusivamente
a regular el comercio mundial en su propio beneficio: el Fondo
Monetario Internacional (FMI), el Banco Internacional para la
Reconstrucción y el Desarrollo (BIRD, hoy Banco Mundial)
y el Sistema de la Reserva Federal (principal controlador del
dólar, moneda que desde aquel entonces asumió la
función mundial). A estos se les sumó en 1947 lo
que desde la década del 90 conocemos como Organización
Mundial del Comercio (OMC).
Debemos reconocer que estas cuatro instituciones
financieras operan coordinada y estratégicamente como instrumentos
de colonización mundial de los ganadores de la Segunda
Guerra Mundial, principalmente EEUU que tras la caída de
la Unión Soviética en 1990, queda como única
potencia dominante y rectora de los destinos del mundo.
A
pesar del G-8, el poder hegemónico sigue siendo
de los EEUU, poder que asienta en su gran capacidad de influencia
política sobre el resto de las naciones, el dominio en
el sistema bancario y financiero mundiales, y la fortaleza militar
que dispone para actuar en cualquier parte del planeta.
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Este
poder le permite establecer las reglas del juego global y las concepciones
(pensamiento único) que se presentan como criterios de validez
universal para orientar y justificar el nuevo orden que impone.
EEUU aparece así como un siniestro monstruo que todo se devora.
Son apropiadas en este sentido las palabras del
premier francés (1917 - 1920), George Clemenceau: "'EEUU
es aquel proceso que va de la barbarie a la civilización,
sin pasar por el necesario estadio de la cultura". Sin embargo
es menester aclarar que el verdadero responsable de esta situación
es una tecnoestructura supranacional conformada por personas y organizaciones
que detentan el poder real, cuya mayor habilidad es la de hacernos
creer que no existe pero que en realidad diseña, planifica
y controla los asuntos del mundo de manera tal que responda a sus
intereses.
Lo impactante de este cerebro mundial, enquistado
en la superpotencia a la que utiliza, es que pertenece al poder
privado. Los Estados de las naciones son sólo títeres
que paulatinamente, perdiendo su capacidad de libertad política
y económica, se ponen a su servicio.
Sin
duda, son las finanzas la mayor fuerza con que el poder
hegemónico actúa, y a través de la acción
coordinadas de aquellas instituciones financieras mundiales domina
y oprime a las naciones más desprotegidas.
La aparente necesidad de préstamos para
poner en marcha un proceso de cambio hacia el desarrollo y bienestar
-creada intencionalmente- ha generado más males que soluciones
en aquellos países que cayeron en la trampa. Los préstamos
actuales, a igual que en la segunda posguerra, no pretenden ayudar
sino subordinar creando deudas externas que se autoalimentan haciéndose
impagables.
Además, los países deudores deben
aceptar las reglas del juego si quieren seguir recibiendo "ayuda"
financiera para honrar sus compromisos: la austeridad fiscal, la
privatización y la liberación de mercados.
La
primer regla se traduce para los sectores populares en
ajuste, es decir, menos educación, menos salud, menos asistencia
social; la segunda, la cesión de funciones estatales a empresas
privadas que una vez instaladas imponen los precios de sus bienes
y servicios según parámetros internacionales ajenos
a las realidades locales; y, la tercera, el ingreso de las multinacionales
o sus productos en el mercado local, donde, las empresas nacionales,
incapaces de competir, pronto sucumben en la miseria.
Todo
esto afecta a los países generando pobreza, hambre,
marginalidad, exclusión social, desempleo, mayor brecha entre
los pobres y ricos, escasa posibilidad de movilidad social, discriminación,
violencia, injusticia y dependencia. |