Por: Mario Jazmín
 

Originariamente, mito significa narración popular, leyenda o cuento fabuloso que refiere la actuación memorable y fascinante de personajes encantados y extraordinarios. Es el relato de una historia recibida oralmente de generación en generación con los matices propios de la profusa imaginería popular. Es esta la definición científica de un fenómeno cultural que, a mi juicio, va mucho mas allá, por su gran predicamento en el pueblo a cuya vida está incorporado definitivamente.

En el área guaranítica los mitos y leyendas tienen, en el espíritu de la gente, yo diría, la misma preponderancia que la creencia religiosa. Así como a San Cayetano le hacen promesas por trabajo, al pombero le dejan caña y cigarros para que proteja la casa; a San Juan le brindan ofrendas ligadas al fuego para recibir alguna gracia, al Caraí Octubre lo aguardan con el locro “yopará” para que otorgue abundancia durante el mes mas bravo.

Personalmente, he escuchado narraciones fascinante sobre el pombero, la póra y el yacî yateré, con total convencimiento del relator, que ante el menor cuestionamiento que yo le hacía, tajantemente me reafirmaba su versión sin admitir ni un atisbo de duda. Estos ejemplos confirman claramente lo antes expuesto: la seguridad de la gente de la existencia de genios sobrenaturales capaces de hacer el bien al mismo nivel de poder que los santos tradicionales de la Iglesia Católica.

Y aquí aparece otra arista de la fe popular: el santoral profano, la devoción de personas que vivieron vidas azarosas y murieron violentamente. A ellos se los consideran milagrosos y sus tumbas son verdaderos santuarios donde se depositan los testimonios de la veneración popular.

 

En los sepulcros del “Gauchito Gil”, “Bairoleto”, “El Gaucho Lega” y mas cercanos a los formoseños “Capote`í y “Curuzú La Novia”, se encuentran desde placas, velas y ponchos hasta vestidos de novias, muletas y armas; tributos a promesas hechas por los creyentes.

Pero las creencias y supersticiones ancestrales del hombre no lo alejan de los Santos Canonizados por el vaticano y menos aún hacerlo renegar de su amor a Dios, por el contrario están presente en cada momento de su vida. Por ejemplo: si por la noche escuchó aullidos de perros, piensa que es el “lobisón”, y de inmediato hace la Santa Señal de la Cruz, que es el “payé guazú”, el talismán sagrado contra lo maléfico. Si creyó oír o ver un “alma en pena” o “póra”, la oración afluye instantáneamente a sus labios, lo mismo si la gallina cantó o cayó del “dormidero”, o escucho el chistido del “Suindá”, que según la creencia popular y secular son presagios de tragedias, al decir del lugareño, de “mal agüero”.

Numerosas personas se encomiendan a la Virgen de Luján antes de emprender un viaje, por otra parte los campesinos realizan procesiones con la Cruz de alguien que murió ahogado, para mojarla en algún charco y es una ceremonia de invocación de la lluvia bien hechora, que riega los sembrados. Aquí, las dos caras de la fe; el Santo de la Iglesia y el canonizado por el pueblo. La superstición y la profunda fe religiosa afloran en un instante y al mismo tiempo en el espíritu del hombre del litoral.

Otro fenómeno siempre vigente es la creencia en el renombrado por algunos, solicitados por otros y temido por muchos “Payé”, amuleto hecho con los más variados elementos y para los más diversos fines, como por ejemplo; para ser exitosos en el amor y en el trabajo, causar un “daño” o conjurar el mismo. Y con el, surge otro personaje clásico de la zona: la “payesera”, mezcla de curandera y “bruja”, que según dicen posee poderes para hacer el “payé”.

¿Cómo explicar científicamente estos fenómenos enraizados profundamente en el alma y en la mente del pueblo?. Hombres “doctos”, teólogos, sociólogos y psicólogos han tratado el tema y enunciado innumerables teorías sin hallar coincidencias, y menos aún conclusiones convincentes en lo estrictamente científico. El hombre es un espíritu colmado de misterios, que permanecerán en él como un rasgo indiscutible de su identidad, derramándose como la miel de un manal, discurriendo por siglos, como el agua del río insondable e inmortal, como la leyenda misma.

 
6 -Enero de 2005
 
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