Por: Jorge Manuel Santander
 

Los formoseños asumimos nuestras herencias, nos hacemos cargo de ellas, somos hijos de todas las naciones que reinaron en esta geografía, y de las que la colonizaron desde sus raíces culturales. Desde lo originario nuestros padres ancestrales son los Qom, los Wichi, los Pitte´laalé ecpi y también de los Guaraníes, aunque algunos no lo entiendan o utilicen el odio para descalificar orígenes y herencias que no condicen con sus intereses. También somos hijos, desde la historia más cercana, desde hace 125 años, de los europeos, paraguayos, salteños, santiagueños, correntinos, etc, y asumimos como legado cada una de esas culturas.

 

No es redundante expresar que la cultura define el modo de ser de una comunidad, el modo en que se relaciona con su entorno, y que la misma es una construcción histórica, por lo tanto el único hacedor y destinatario es el hombre.
Por progresión histórica, nuestro pueblo en su edificación marchó siempre más allá del ritmo de las políticas aplicadas desde la Nación en su desarrollo. Consciente de sus herencias pluriculturales, con muy poco tiempo histórico para desarrollarse como entidad afirmada en una teoría y una doctrina única, persistente en la construcción de su historia, depositario de los valores comunes de sus vertientes fundadoras, amalgamado en ellas desde la pertenencia a un paisaje concreto, el hombre habitante de esta geografía tributó siempre su ser y su hacer a la voluntad común de permanecer en el tiempo como pueblo, con un futuro digno, en lucha y en crecimiento.

Ha comenzado desde abajo en sus anales, humildemente, con hechos, realizaciones, en un paisaje inhóspito, ignorado hasta por la historia del país, ejecutando concepciones inmediatas y no de larga madurez, y sobre esa marcha ha ido construyendo su propio supuesto, obedeciendo más a un empirismo que a la idealización de un proyecto.

Para la percepción de los fenómenos exteriores a su realidad y de sus fenómenos espirituales internos, ha retenido dentro de si la sabiduría fundamental de sus herencias, conciente de que el hombre sabe tanto como recuerda. Su memoria es la síntesis verdadera de su ser y su pertenecer. La memoria de cada una de sus sangres congrega lo mejor de sus legados, su espiritualidad profundamente cristiana y su contingencia pionera. Su realidad legítima, en construcción, así lo exige.

Primero transitó el proceso territoriano, pionero, de profunda mística conquistadora, colonizadora y fundadora, donde las vertientes primeras se afianzaron con grandes sacrificios en la geografía que lograron. Luego vendrían las primeras amalgamas étnico-raciales con la epopeya ferrocarrilera y otras empresas mancomunadas, para llegar en lucha digna a la etapa de provincialización; otro tiempo fundacional desde la faz política, hace 50 años. Hoy podemos ver claramente desde una tarea de comprensión, valoración y fortalecimiento, aquellas enigmáticas redes de construcción espiritual que fue tejiendo el formoseño a lo largo de su tiempo, como cimiento de su existencia, y podemos afirmar un planteo de necesaria recomposición a través de una profunda militancia por la federalización interna, y la apropiación de la pluralidad que nos identifica como comunidad de cultura.

Nada en el plano terrenal es superior a la vida del Hombre, todo debe estar a su servicio, todo debe concurrir a ese bien supremo: lo educacional, lo económico, lo político, lo jurídico, lo social, lo científico, lo tecnológico, que son aspectos específicos de la cultura, todo debe sometérsele para que puedan darse en ella y en plenitud la libertad y la dignidad de la persona humana.

En una constante interculturación entre las vertientes primeras y las nuevas y periódicas oleadas migratorias; dinámico y cambiante el hombre-cultura Formoseño sobrevive a los designios externos, sus valores perviven los tiempos cruciales de la transculturación planificada por los poderes hegemónicos del último medio siglo y el desconocimiento y la negación de su identidad, aún en su historia reciente. Y en una síntesis de su cultura, se yergue frente a la crisis con las capacidades y sueños de un hombre comprometido y en lucha.

 

Las supremas aspiraciones colectivas son las que van señalando la senda más segura para alcanzar su mejoramiento espiritual y material, manteniendo las esperanzas a la luz de su raigambre histórica, con una visión enfocada a sus futuras proyecciones. Se mantiene latente en el pueblo un anhelo legítimo de grandeza, apoyado en un esfuerzo fecundo y en sus pacíficos afanes.

Se hace necesaria una adecuada orientación para la comprensión de nuestra multiculturalidad, y de la interculturalidad en las zonas de confluencia de las vertientes, socializando el conocimiento y la valoración de nuestra particular conformación socio-histórica, hasta la apropiación de estas como valor popular. La Constitución Provincial en el Capítulo VI, artículo 92º, afirma el reconocimiento de la realidad cultural formoseña conformada por vertientes nativas y diversas corrientes inmigratorias, con variadas costumbres, lenguas, artes, tradiciones, folklore y demás manifestaciones culturales que coexisten, pluralidad socio-histórica que marca la identidad del pueblo, con el objetivo de formar una conciencia de pertenencia a Formosa en un marco Regional, Nacional, Latinoamericano y Universal.

Podemos hoy afirmar sin temor alguno que se desarrolla un nuevo capítulo de histórica trascendencia en nuestra provincia, comparado solamente con las gestas fundacionales y con las luchas por la provincialización.
Es esta nueva realidad la que lleva al Formoseño a reflexionar sobre sus potencialidades. Ya no va a ser el mismo hombre de los cien años anteriores quien enfrente este desafío, tiene que aparecer el hombre nuevo. El hombre de la nueva historia. Hombres y mujeres libres, capaces, alertas, seguros y comprometidos, con las herramientas para ejercer el derecho inalienable que tiene todo hombre de realizarse en el suelo natal; educación, formación profesional acorde a sus necesidades, reconocimiento y valoración de su identidad y de sus potencialidades como pueblo, creativo y con proyección hacia la inexorable universalidad del mundo futuro. Formoseños que pisen con firmeza este nuevo milenio.

Este hombre nuevo está en cada uno de los habitantes de esta tierra, los nativos y los que la eligieron como un destino de vida, en los comprometidos con ella. Este hombre nuevo esta latiendo en lo mejor que tiene cada legado cultural y en la suma de los valores positivos de cada individuo, porque es desde los valores propios del individuo que mejor se representan los valores de la sociedad.

Estos valores, son la riqueza que apuntala nuestra posibilidad cierta de planificar un futuro posible. Deberían ser reconsiderados en su expresión más alta; desde las simples acciones cotidianas, en lo personal, moral, familiar, comunitario, artístico, político.

Tener glorias comunes en el pasado, una voluntad común en el presente, haber hecho cosas juntos, querer aún hacerlas, he aquí las condiciones esenciales para ser pueblo, de este flujo y reflujo de fuerzas espirituales, de la inquietud profunda y la compleja originalidad de nuestro pueblo, surgirá vigorosa esta estirpe de hombres nuevos formoseños, renovando día a día la energía de seguir existiendo, viviendo y actuando en común unión. Porque el formoseño debe estar afirmado a una cosmovisión comprendida desde la cúspide de la cimentación hombre-cultura, con una toma de conciencia sobre su realidad, para convertirse en la expresión acabada de este pueblo de culturas, que tiene para aportar a la humanidad su Ser y su Hacer. La re-evolución del hombre formoseño es una causa de todos, porque es una causa por la libertad y la dignidad, los aspectos más sagrados del hombre.

 
 
5 -Enero de 2005
 
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