Miguel
Salinas se levanto de la siesta; y se dispuso a arreglar
el patio de su casa. Era el día de su cumpleaños.
Justo un viernes. Estaba seguro que sus amigos del equipo de veteranos,
vendrían por la noche a saludarlo. Una forma de decir.
En realidad era una muy buena excusa para juntarse a tomar unas
cervezas.
Puso unos porrones a enfriar. Para el picoteo
la patrona ya estaba en la cocina preparando una rica sopa paraguaya.
Cuando termino, se pego un baño y se cambio sin apuro,
casi con desgano. No estaba feliz. Todo el día estuvo recordando
a su viejo. Lo había perdido hace casi un año. Y
pensaba que sería el primer cumpleaños que pasaría
sin él.
Se sentó en una vieja reposera, en el
patio recién regado. Y su mente empezó a viajar
por los recuerdos que guardaba muy adentro de su corazón,
junto a su padre.
De pronto, recordó con bronca…!
Aquel viejo y raído porta-documento que había extraviado
un mes atrás. Pero no por sus papeles. Había guardado
allí la cedula de la federal del viejo. Después
de los trámites que no tuvo más remedio que hacer,
por lo sucedido, la dejo entre sus cosas, como un sentido recuerdo.
Y ahora lo había perdido…! Añá
rac…!
Tan sumido estaba en estos pensamientos que casi no escuchó
a su mujer: - “Miguelo...
¡Te buscan afuera”!. Quién podrá ser?
– pensó para sus adentros. Esperaba a los amigos,
pero más tarde.
Salió a la puerta. Era un hombre mayor, de pequeña
estatura, parado al otro lado del tejido. Sostenía en sus
manos una vieja bicicleta. No lo había visto nunca.
-“Disculpe señor… esta es la casa de la familia
Salinas?”
-Si… que deseaba?”
-“Mire… no lo tome a mal, pero quiero informarle que
encontré una billetera, porta-documentos, o algo parecido,
y me parece que es suyo”. – “Estaba abajo del
terraplén de la entrada de San José Obrero. Como
el río bajó, la laguna también se retiró
un poco, donde estaba el agua quedó un barrial, lleno de
basura.”
-“Bueno… ahí estaba medio enterrado…”
Miguel no salía de su asombro. El hombre
hizo una pausa, y luego continuó:
-“Pero le aclaro que yo no lo toque señor. Para que
no piense que lo robe, lo deje allí en el mismo lugar..,
y si usted quiere, lo puedo llevar para que vea…!”
“¡Vamos…!
Como ya atardecía, Salinas busco la linterna,
agarró la bici y lo siguió. Tuvieron que pedalear
un largo rato. Al llegar el hombre le mostró el sitio.
Era efectivamente un lodazal lleno de objetos semi-enterrados.
Al alumbrar la linterna, lo vio. Allí estaba su porta-documento,
apenas salía a la superficie, mojado y sucio de barro.
“Que extraño es todo esto” – pensó.
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Lo
levantó cuidadosamente, y casi con temor lo fue
abriendo lentamente. Sus cosas: Cédula, carnet del IASEP,
y demás estaban destruidas por el agua. Llegó al casillero
donde estaba la cédula del viejo y la encontró…
¡intacta! ¡Ni siquiera se había mojado! Quedó
paralizado.
-“Señor!… Señor! Era
suya?”- Insistía sin respuesta el hombre. -“Eh?...
Ah! Si. Si! Es mía!”- le dijo entrecortadamente Miguel,
cuando salió de su estupor.
Buscó en su bolsillo, algún dinero para darle en agradecimiento,
pero cuando levantó la vista, el misterioso hombrecillo ya
no estaba. Había desaparecido sin dejar ni rastros.
Mientras desandaba el camino a su casa, empezó a
recuperarse de su aturdimiento y pensar que significado tenía
lo que acababa de pasar. Estuvo toda la tarde acordándose
de esa cédula, y ahora la tenía en sus manos. Como
podía haber estado tanto tiempo bajo el agua y ni siquiera
se había mojado?... “¿Una casualidad?, ¿Un
hecho fortuito?”
-“¿Quién era ese hombre?, ¿Y
como supo donde vivía?” Miguel siempre fue algo incrédulo
a esas historias de payé, brujerías o cosas parecidas.
Además no le daba mucha importancia a las creencias populares
y leyendas que hablaban del más allá. Pero esto era
demasiado.
-“No podía ser más que un mensaje
del viejo. Si. Eso es, un mensaje!”. -“Que otra cosa
sino una señal, desde donde estuviere, para decirme que estaba
bien, que me quería y que no se olvidaba de mi cumpleaños!”.
Pensaba en voz alta. -“Y si no es así, que alguien
me lo explique!”- gritó Miguel con todas sus fuerzas.
Ya había oscurecido totalmente, y la noche
formoseña lucía como nunca con millones de estrellas
que titilaban en lo alto. Paro su bicicleta. Se bajo. Y se quedó
un rato mirando al cielo. Ahogó el llanto que le brotaba
con un largo suspiro. Secó las lágrimas que le habían
asomado, y empezó a pedalear con fuerza rumbo a su hogar.
Miguelo chamizo…! Hace rato que te estábamos
esperando, y como la perrada tenía mucha sed, tuvimos que
empezar sin tu presencia!”. Bromeó uno de sus invitados.
Salinas asintió con una amplia sonrisa, sin decir palabra.
Le dio un largo beso a su señora y luego
abrazó fuertemente uno por uno a sus amigos.
Le alcanzaron un vaso de cerveza helada. Lo levanto por unos segundos
y luego apuró un largo trago. Nadie reparó en el brillo
intenso de sus ojos.
Ahora si se podía decir que Miguel Salinas estaba feliz…!
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