Pedro G. Etcheverría
 

Miguel Salinas se levanto de la siesta; y se dispuso a arreglar el patio de su casa. Era el día de su cumpleaños. Justo un viernes. Estaba seguro que sus amigos del equipo de veteranos, vendrían por la noche a saludarlo. Una forma de decir. En realidad era una muy buena excusa para juntarse a tomar unas cervezas.

Puso unos porrones a enfriar. Para el picoteo la patrona ya estaba en la cocina preparando una rica sopa paraguaya. Cuando termino, se pego un baño y se cambio sin apuro, casi con desgano. No estaba feliz. Todo el día estuvo recordando a su viejo. Lo había perdido hace casi un año. Y pensaba que sería el primer cumpleaños que pasaría sin él.

Se sentó en una vieja reposera, en el patio recién regado. Y su mente empezó a viajar por los recuerdos que guardaba muy adentro de su corazón, junto a su padre.

De pronto, recordó con bronca…! Aquel viejo y raído porta-documento que había extraviado un mes atrás. Pero no por sus papeles. Había guardado allí la cedula de la federal del viejo. Después de los trámites que no tuvo más remedio que hacer, por lo sucedido, la dejo entre sus cosas, como un sentido recuerdo.

Y ahora lo había perdido…! Añá rac…!
Tan sumido estaba en estos pensamientos que casi no escuchó a su mujer: - “Miguelo...
¡Te buscan afuera”!. Quién podrá ser? – pensó para sus adentros. Esperaba a los amigos, pero más tarde.
Salió a la puerta. Era un hombre mayor, de pequeña estatura, parado al otro lado del tejido. Sostenía en sus manos una vieja bicicleta. No lo había visto nunca.
-“Disculpe señor… esta es la casa de la familia Salinas?”

-Si… que deseaba?”
-“Mire… no lo tome a mal, pero quiero informarle que encontré una billetera, porta-documentos, o algo parecido, y me parece que es suyo”. – “Estaba abajo del terraplén de la entrada de San José Obrero. Como el río bajó, la laguna también se retiró un poco, donde estaba el agua quedó un barrial, lleno de basura.”
-“Bueno… ahí estaba medio enterrado…”

Miguel no salía de su asombro. El hombre hizo una pausa, y luego continuó:
-“Pero le aclaro que yo no lo toque señor. Para que no piense que lo robe, lo deje allí en el mismo lugar.., y si usted quiere, lo puedo llevar para que vea…!” “¡Vamos…!

Como ya atardecía, Salinas busco la linterna, agarró la bici y lo siguió. Tuvieron que pedalear un largo rato. Al llegar el hombre le mostró el sitio. Era efectivamente un lodazal lleno de objetos semi-enterrados. Al alumbrar la linterna, lo vio. Allí estaba su porta-documento, apenas salía a la superficie, mojado y sucio de barro.
“Que extraño es todo esto” – pensó.




 

Lo levantó cuidadosamente, y casi con temor lo fue abriendo lentamente. Sus cosas: Cédula, carnet del IASEP, y demás estaban destruidas por el agua. Llegó al casillero donde estaba la cédula del viejo y la encontró… ¡intacta! ¡Ni siquiera se había mojado! Quedó paralizado.

-“Señor!… Señor! Era suya?”- Insistía sin respuesta el hombre. -“Eh?... Ah! Si. Si! Es mía!”- le dijo entrecortadamente Miguel, cuando salió de su estupor.
Buscó en su bolsillo, algún dinero para darle en agradecimiento, pero cuando levantó la vista, el misterioso hombrecillo ya no estaba. Había desaparecido sin dejar ni rastros.

Mientras
desandaba el camino a su casa, empezó a recuperarse de su aturdimiento y pensar que significado tenía lo que acababa de pasar. Estuvo toda la tarde acordándose de esa cédula, y ahora la tenía en sus manos. Como podía haber estado tanto tiempo bajo el agua y ni siquiera se había mojado?... “¿Una casualidad?, ¿Un hecho fortuito?”

-“¿Quién era ese hombre?, ¿Y como supo donde vivía?” Miguel siempre fue algo incrédulo a esas historias de payé, brujerías o cosas parecidas. Además no le daba mucha importancia a las creencias populares y leyendas que hablaban del más allá. Pero esto era demasiado.

-“No podía ser más que un mensaje del viejo. Si. Eso es, un mensaje!”. -“Que otra cosa sino una señal, desde donde estuviere, para decirme que estaba bien, que me quería y que no se olvidaba de mi cumpleaños!”. Pensaba en voz alta. -“Y si no es así, que alguien me lo explique!”- gritó Miguel con todas sus fuerzas.

Ya había oscurecido totalmente, y la noche formoseña lucía como nunca con millones de estrellas que titilaban en lo alto. Paro su bicicleta. Se bajo. Y se quedó un rato mirando al cielo. Ahogó el llanto que le brotaba con un largo suspiro. Secó las lágrimas que le habían asomado, y empezó a pedalear con fuerza rumbo a su hogar.

Miguelo chamizo…! Hace rato que te estábamos esperando, y como la perrada tenía mucha sed, tuvimos que empezar sin tu presencia!”. Bromeó uno de sus invitados. Salinas asintió con una amplia sonrisa, sin decir palabra.

Le dio un largo beso a su señora y luego abrazó fuertemente uno por uno a sus amigos.
Le alcanzaron un vaso de cerveza helada. Lo levanto por unos segundos y luego apuró un largo trago. Nadie reparó en el brillo intenso de sus ojos.
Ahora si se podía decir que Miguel Salinas estaba feliz…!

 

 
     
 
   
19
-Septiembre de 2005
 
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