Desde
siempre, los poderosos del planeta (llámese
Inglaterra y EE.UU.) lograron el sometimiento de los más
débiles (LLÁMASE Naciones Latinoamericanas)
utilizando un medio, tal vez más eficaz que la
invasión armada: la agresión sistemática
a la cultura genuina de los pueblos, socavando los valores
que conforman la conciencia nacional, consiguiendo finalmente
el aniquilamiento de algo que hace fuerte a las naciones:
la identidad.
Planearon cuidadosamente la estrategia
a emplear y ejecutaron el ataque implacable, sin dejar
flanco indemne, en el caso nuestro, contando siempre con
el apoyo incondicional del cipayaje vernáculo.
Así es que se comenzó con el falseamiento
de la Historia tergiversando hechos, calumniando y denostando
a hombres que, con virtudes y defectos de seres terrenales,
levantaron la bandera del “ser nacional”,
este fue su gran delito y caro pagaron por él,
en cambio fueron ensalzados y elevados a categoría
de semidioses, los sirvientes del amo. Colonialista.
Así es que a partir de la escuela
primaria, generaciones de argentinos vivieron convencidos
de que don Juan M. de Rosas, uno de los grandes defensores
de la soberanía nacional, fue un monstruo atroz
y que don Bernardino Rivadavia, quien se arrodilló
ante los ingleses e hipotecó los terrenos de Buenos
Aires y accedió a la Presidencia de la Nación,
por un golpe de estado, fue un gran patriota y demócrata
cabal. Sería interminable la lista de ejemplos
de falacias como estas.
Con el dominio y manejo de los medios
masivos de comunicación, los colonizadores nos
impusieron las expresiones artísticas que se escuchan
y se ven a toda hora, quedando, las nuestras, relegadas
a brevísimos espacios. Los discos, libros y films
extranjeros, tienen a su servicio un poderoso aparato
de promoción, mientras que los nuestros, de igual
o mayor calidad, se debaten agónicamente, asfixiados
por las exiguas posibilidades económicas.
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Esto hizo que la mayoría de nosotros
supiéramos más de los Rolling Stones que de
los Chalchaleros, de “cow-boys” que de los gauchos,
de los indios sioux y apaches de de nuestros olvidados tobas
y wichis. La propaganda obligó a la juventud a olvidar
sus raíces; leer el Martín Fierro, escuchar
a Yupanqui o bailar un chamamé de Cocomarola, es
rebajarse en su condición social, perder “status”,
solo lo que la maquinaria imperial impone como moda da nivel,
distinción y comodidad.
A esto hemos llegado a negar nuestro origen
o a lo que es peor: ¡ a avergonzarnos de él!.
Llaman “disfrazado” al que viste pilchas gauchas
o “anticuado” al que echa a volar un pañuelo
en la cadencia de una zamba o hace alarde de destreza en
las mudanzas de un malambo. Es la identidad aniquilada.
El “ser nacional” arrasado con total impunidad,
con algunas voces que se levantan, pero sin el respaldo
oficial.
Urgente se hace necesaria una legislación
real, no meramente teórica, en defensa del patrimonio
cultural, que en definitiva el alma del pueblo ¡nada
más y nada menos!. Esto no significa negarse al progreso,
se trata de preservar la condición sagrada de la
Nación, su identidad, “no es necesario matar
el pasado para que viva el futuro”, porque los pueblos
que ignoran sus raíces, no saben quienes son ni donde
están parados y lo que es pero, hacia donde quieren
ir.
El último instrumento creado por
el aparato colonizador es la tan “mentada” globalización,
cuyo objetivo es la despersonalización de los pueblos
hablando vulgarmente “meter a todos en la misma bolsa”,
borrando todo rasgo de identidad propia. Sin embargo lo
que esto nos imponen, obran haciendo exactamente lo contrario.
Ejemplo: los yanquis con su propaganda progresista nos inculcan
que evocar la vida y epopeya de San Martín y visitar
el Convento de San Lorenzo, es cosa sin importancia, una
tontería, pero ellos no se cansan de llevar a sus
niños y jóvenes al lugar donde Lincoln ató
su caballo o ver la antiquísima campana de bronce
cuyos tañidos anunció la independencia de
su país Inglaterra. ¡Vaya contradicción!
Aplican el viejo refrán: ¡”hagan lo que
digo, no lo que hago”!. |
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