La manifestación natural del formoseño sobre su amor a la provincia, es indescriptible ya que es fruto del sentimiento y de los guiños del alma.

Esa es la razón por la que la alegría y el optimismo ,que son dos señales claras que caracterizaron a la niñez de todos los tiempos y por lo tanto vale para mensurar la emotividad de las personas, reemplazan a la entelequia y aproximan esa sensación por lo propio en algo tangible.

El 8 de abril de 2005 se repitió un acto que encierra estos condimentos. Por un lado, la respuesta segura y estentórea de un compromiso cargado de legitimidad y pureza de los alumnos de cuarto grado que llegados del interior se sumaron a sus pares de capital para afirmar un modo de ser. Por el otro, la inmensa gratitud a sus padres que les permitieron la posibilidad de disfrutar de ese momento, algo que irrumpe en el seno materno y se prolonga en el “Si, prometo!” y gana altura con los globos con los colores de la bandera de Formosa mientras los ojos sorprendidos de los niños seguían con pertinacia el vuelo de lo material que se fundía con los colores del cielo.

Un Día de Formosa en el que la niñez y la adolescencia ganaron los escenarios para cantarle a su provincia, para recitarle sus poemas, para rendirle homenaje a Fontana y las familias pioneras y para copiar de ellas su inmenso legado de solidaridad.

Ese sentido también de lo comunitario que el niño nuestro mantiene como una coraza espontánea frente a los asedios del individualismo odioso, disociador y discriminatorio, no solamente en el grado de la escuela, en los juegos en el barrio y en los encuentros con los amigos los fines de semana, sino también en las reacciones ante los hechos sociales.

Estuvieron aquí representantes de los pueblos indígenas del continente. Y allí estuvieron los chicos, abrazándolos con cariño, elogiando sus artesanías, valorando sus danzas y cantos, sorprendiéndose con su medicina ancestral, pidiéndoles que les toquen las cabezas para bendecirlos ya que los que vinieron solamente hablaron de paz, amor, concordia y armonía.

Se dieron cuenta que los pueblos originarios han tenido la sabiduría de conservar lo genuino y aunque en su lucha por ser comprendidos transcurrieron siglos, han logrado conservar los valores esenciales esos que lamentablemente se han perdido por el asedio de otros modelos distintos a los nuestros y que ahora queremos recuperar desde el hombre nuevo que estamos recreando los formoseños.

Valores simples,
sencillos, auténticos, casi religiosos que se sostienen en la defensa de las convicciones, en el amor a Formosa y en la ratificación cotidiana del compromiso con los sentimientos, esos que no se aprenden sino que nutren el alma desde el cordón umbilical, ese milagro de Dios que nos ata a mamá, la del regazo leal, la de los senos nutrientes, la del alma sin mentiras, la de los ojos con luz.

       
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Abril de 2005
 
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