por: Roque Silguero
 
 
"Así como la organización se articula en el espacio, toda la lucha se articula en el tiempo. Hay cosas que son permanentes, como es una ideología, y nosotros la tenemos. Arriar las banderas de justicia social, independencia económica y soberanía política, es muy difícil porque son permanentes” (J.D.Perón)
 
El Anteproyecto de Educación Formoseña, puesto a consideración de amplio sectores sociales en toda la extensión de territorio provincial, sin duda, ha generado un importante debate, a la altura del tema tratado. No es para menos; la educación es percibida por nuestro pueblo como un bien de extrema importancia, en el que se juega en gran medida el futuro de sus hijos y de la comunidad, pese a que en los últimos años haya sido objeto de zarandeos de todo tipo.

Al igual que otros focos generadores de valores (tales como la familia, la Iglesia, el mismo Estado), la educación no ha escapado a la perversa lógica de desgaste a la que ha sido sometida por grupos interesados en imponer paradigmas extraños a nuestra idiosincrasia. Impulsores de anti-valores (donde los medios masivos de comunicación tienen una gran cuota de responsabilidad), ponen al alcance de nuestros jóvenes un conjunto de aparentes verdades, tan escandalosamente vacíos de contenido, que los deja al borde de un de escepticismo extremo, imposibilitados de creer siquiera en sus propias capacidades.

Se ofrecen así placeres aparentemente sin límites, a partir de un sensualismo que aturde la reflexión, creando una falsa realidad, fraccionada como en una novela surrealista. Estas son condiciones aptas para un consumismo desenfrenado (claro está: en aquellos que pueden consumir desenfrenadamente); la gran mayoría queda presa de una frustración exasperante al no poder “consumir” en la medida de la siempre cambiante e inaccesible oferta, sumiendo a una amplia franja poblacional en un estado de insatisfacción permanente.

La rueda de productos legales
y de los otros no se detiene nunca, proyectándose al infinito: alcohol, cigarrillo, música barata (con letras baratas), teléfonos celulares (que aumentan la incomunicación), etc. Y no solo se trata de ropa o accesorios inútiles: la moda, en contra de su propia naturaleza, fugaz y efímera, le hace pagar un precio muy alto a miles de cuerpos jóvenes que quedan perforados y tatuados de por vida. ¡Si al menos existiera una causa de justificación trascendente, como aquellas ofrecidas por algunas culturas y civilizaciones que también marcan sus cuerpos!

Este escenario es tributario de los falsos dogmas que circularon profusamente en los años ’90, por caso: el pensamiento único y el fin de las ideologías, esto es, el viejo liberalismo individualista, reencarnado en el contemporáneo “neoliberalismo”. Se propone un “vacío” ideológico nada ingenuo ya que forma parte de un discurso cargado de intereses aviesos, hábilmente maquillados para circular en los nuevos tiempos. Por desgracia, planteos de esta especie, absurdos por definición, han hecho carrera en estos lugares, encontrando aún hoy -luego de la calamitosa década de los `90- algunos fervientes defensores.

¿Qué actitud debe tomar la comunidad y sus dirigentes ante tamaño panorama? El dilema es bastante claro: o dejar que este estado de cosas se profundice o hacerle frente con decisión y herramientas genuinas. Pero no se puede partir de la nada; ya los antiguos sostenían que “ex nihilo nihil fit” (“nada puede crearse de la nada”). Estamos convencidos que una de estas herramientas es el anteproyecto mencionado más arriba. Tomando debida nota de su (¿fracasado?) antecedente federal, la norma proyectada no le escapa a la toma de posición, al enunciado de valores y al compromiso doctrinario y filosófico; ello se hace evidente en toda la extensión de su articulado, pero con mayor concreción en los “Fundamentos” y en los “Principios y fines”. Allí está su substancia o “quidditas”, al decir de Santo Tomas. ¿Qué todo esto es ideológico? Si señor; que nadie lo dude. Al menos en Formosa, la apuesta ideológica aún está viva.

Que quede claro:
nuestra concepción del término “ideología” (alejado del “ideologismo”, que se encierra en la rigidez de dogmas preconcebidos) se refiere a ese conjunto de ideas y valores cuya función consiste en guiar comportamientos políticos colectivos, equidistante, por cierto, de la tesis marxista, para quién constituiría una falsa conciencia de las relaciones de dominación entre clases. Desde la perspectiva que aquí presentamos, “La ideología, origen de todas las transformaciones humanas, es imprescindible cuando, por lo menos, se intenta saber lo que se quiere” (J.D.Perón, “Conducción Política”).

Cuando se trata de la educación de los hijos de esta tierra no es posible quedarse a mitad de camino. Con todo el respeto que merecen, no compartimos las soluciones practicadas en algunos aportes al anteproyecto, donde se toma extensas porciones del mismo pero se deja de lado -inexplicablemente- lo más rico que éste ofrece: un amplio plexo de valores que rescata la familia, la comunidad, las raíces culturales, las creencias, la identidad … en suma, al hombre en su dimensión espiritual y material, reconociéndose que la educación de los formoseños debe estar, entre otras cosas, “Esencialmente fundada en una pedagogía de valores [donde] se privilegie el ser antes que el tener”.
  Valores, de eso se trata, aunque seamos redundantes. En la permanente lucha por la verdad, las ideas y principios, el argumento de autoridad concurre en nuestro auxilio: “ Hay que observar que si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia” (Juan Pablo II, “Centessimus Annus”).

El anteproyecto se hace cargo de una educación que se fundamenta en principios debidamente legitimados una y otra vez por la inmensa mayoría del pueblo formoseño, por medio de los sagrados mecanismos de la democracia. Nadie puede poner esto en duda.
No se trata de ideas peregrinas, extrañas al sentir popular, al ser formoseño. ¿O acaso puede ser disputado el principio que indica que le cabe al Estado el rol central en el diseño de las políticas educativas?

Pero el Estado, en tanto hacedor del bien público temporal, también está obligado a manejar la cosa pública con cuidado y previsión, acomodando su accionar para vencer al tiempo, anticipándose a los acontecimientos, todo lo cual requiere de un plan, de un proyecto o de un modelo, como corresponde a un Estado organizado y a un pueblo libre; la Comunidad Organizada, en suma. Sabido es que tal modelo está en plena ejecución, y que dentro de él se deben articular las políticas educativas. La educación, como consecuencia, debe ser (en palabras del anteproyecto) “Parte constitutiva e indisoluble del modelo de provincia …”. ¿Es posible argumentar válidamente en contra de esta premisa? ¿La política educativa puede contradecir los postulados del modelo? Aún más, ¿es posible construir el futuro de los formoseños sin un plan que incluya a la educación como componente vital? Parece improbable.

Respetuoso, como no podía ser de otra manera, de la libertad de culto, pero consiente asimismo del sentir del pueblo formoseño, el Anteproyecto propone una educación popular, humanista y cristiana, centrada, naturalmente, en el hombre; en el hombre nuevo formoseño. Se refuerza la idea de enriquecer nuestra identidad provincial, sin soslayar por ello las tradiciones culturales del resto del país.

La familia encuentra también su lugar, en tanto agente natural y primario de la educación. Así también, el anteproyecto impulsa conductas valiosas asociadas con un estilo de vida democrático, cooperativo y esencialmente solidario, en el marco de una patria que no renuncia a la justicia social, a la independencia económica y a la soberanía política.

La juventud formoseña, a través del sistema educativo, tendrá la ocasión de reflexionar ampliamente sobre el pasado provincial y la actual lucha por superar históricas postergaciones, vinculando estos procesos, por ejemplo, con el nuevo perfil productivo provincial, sintiéndose protagonista de este nuevo tiempo.

En fin; podríamos continuar con la mención de valores que de modo expreso contiene el texto comentado, pero no es nuestra intención formular una completa exégesis del mismo, ni mucho menos practicar una exposición de orden técnico. Nuestro objetivo, como se podrá apreciar, es más humilde. Se limita a llamar la atención del lector sobre los fundamentos axiológicos, presupuestos ineludibles, a fe nuestra, para superar la crisis del sector educativo; crisis que -casi está demás está decirlo- es patrimonio común de todos los argentinos.

Se podrá opinar que el enunciado de valores no es propio de una ley; que las leyes no deben describir sino prescribir. Esto es cierto; pero parcialmente cierto cuando se trata de una norma fundacional, como en este caso. Esta ley estará destinada no solamente a prescribir conductas sino a iluminar el camino de muchos jóvenes formoseños; nada menos. La pureza jurídico-normativa puede esperar un poco.

También es cierto que la mera letra de una ley (o un anteproyecto, como en nuestro caso) no tiene entidad suficiente para modificar realidad alguna. Pero es imperioso que ella se haga carne en los responsables de llevar adelante el área educativa, en los maestros, en los padres, en lo jóvenes, en los medios de comunicación; en suma, en toda la comunidad formoseña y en sus dirigentes. Si esto es así, toda esa potencialidad se trasformará en acto, en realidad; en una poderosa e infranqueable barrera que brindará abrigo y protección a nuestro niños y jóvenes.
En tiempos en los que se desdeñan o simplemente se pisotean los valores, es obligación del Estado rescatarlos, defenderlos y promoverlos a cualquier precio. Eso se llama política de Estado.
 
 
12 -Febrero de 2005
 
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