Teodoro Babbini

No lo hizo acompañado de alguien como muchas veces suele suceder. No; llegó a la escuela solo. Respetuosamente pidió permiso; entró al despacho del Director. Fue recibido y saludado cariñosamente.

-Señor: quisiera que me inscribiera en cuarto grado. Ayer llegué a esta ciudad. Vengo de la Capital Federal. Paro en casa de unos señores amigos. Me recomendaron esta escuela.

Seguro y cortante. Serio. Su hermoso rostro, no dejaba reflejar reacción alguna. Parecía de piedra.
Bien vestido. Un guardapolvo impecable, limpio, bien planchado, vestía su cuerpecito delgado. Camisita celeste, corbata azul, calzado fino, bien lustrado.
Un mechón rubio, caíale descuidadamente sobre su frente.

-Como no, hijo. Con mucho gusto. Siéntate.
Nombre y apellido?
-Juan Señor; Juan Echegoyen
-Edad?
-En Junio cumpliré 10, Señor
-Padre, Tutor o Encargado; sabes lo que quiero preguntarte?
-Sí Señor. Tutor. Esteban Echeverría
-De qué escuela vienes?
-De la Municipal 18 de Buenos Aires
-Te dieron Libreta?
-Sí Señor; aquí está.
-Bueno vení hijo; iremos al grado. Te presentaré a tu nueva maestra y compañeritos.

Salieron juntos. Le siguió en silencio. Cuando llegaron al aula, oyó como el Director decía:
-Srta. Giménez; aquí tiene un nuevo alumno.
Ella, bonita, esbelta, elegante, alta, se le acerca y le da un beso. Mucho gusto le dice.
Se sintió atraído de inmediato.

Lo hizo pasar y fue presentándole uno por uno, a cada nuevo compañero. El Director ya había salido.

-Como te llamas querido?
-Juan, Srta., Juan Echegoyen.
-Bien Juan, siéntate en este banco. Sabes? estamos en hora de lectura. Quieres escuchar o prefieres mostrarnos como lees?
-Si desea, voy a leer Srta.
-Perfecto Juan. Te felicito. Veo eres un niño seguro de si mismo.

Un total silencio se produjo en el ambiente. Veintitantos rostros infantiles y un adulto, quedaron expectantes, mirando atentamente al nuevo alumno/compañero, que, recién llegado, se ofreció a leer a primera vista. Tomó correctamente el libro y comenzó:

 



Cuando
pronunció las dos últimas palabras, dos gruesos lagrimones rodaban lentamente por su carita.
Justo en ese momento, suena la campana.

-Niños; pasen al patio. Juan, tu quédate. Necesito unos datos.

Ya a solas, notando el dolor interior que dejaban trasuntar esas lágrimas no disimuladas, continuó:

-Por qué Juan, por qué tú pena?. Dímela, insistió, ante el silencio del niño.

-Srta., la lectura me hizo recordar a mis padres.
-Y bueno querido, que mejor que recordar a tus padres… ¿No te hace feliz eso?
-Srta. yo, ya no puedo sonreírles. Hace ocho días fallecieron en un accidente. Quedé solo. Mi tutor era íntimo amigo de ellos.

Un espontáneo gesto de cariño, de amor maternal, movilizó los brazos de esa apenada maestra, que atrajeron contra su seno, al afligido niño. El silencio acompañó el cuadro. Sirvió, para que dos corazones se fusionen, entendiéndose mutuamente.

Finalizó el recreo.



 
   
     
   
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-Septiembre de 2005

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